Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
El día sábado 19 de marzo se realiza la campaña ambiental más grande del mundo denominada “La Hora del Planeta”, conocida por fomentar apagar luces, equipos y consumo de energía en el hemisferio por 60 minutos. Esta acción promovida por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) tiene la intención de suscitar sentimientos de sensibilización sobre los efectos del cambio climático.
Este año la cruzada se orienta a la conservación de admirables especies silvestres en peligro de extinción precisamente por los daños generados en sus hábitats por este acelerado proceso de incontables secuelas económicas, ambientales y sociales. El director de comunicaciones de WWF Latinoamérica y el Caribe, Mario Fernández ha definido la fecha como una "fiesta de acciones e iniciativas positivas".
Los desenlaces del cambio climático se aprecian también en términos financieros y sociales. Todo ello redunda en la calidad de vida de las naciones en desarrollo que somos las más perjudicadas, a pesar de los acuerdos vigentes, debido a nuestra escasa capacidad tecnológica, económica e institucional para enfrentar sus embates.
El Perú es el tercer país más perjudicado a nivel mundial según la Organización de las Naciones Unidas. Se intensificarán las sequías, heladas, inundaciones y lluvias que trastornarán a las poblaciones más vulnerables. En estos 25 años se ha perdido el 22 por ciento de la superficie glaciar (7000 millones de metros cúbicos de agua), equivalente al consumo por diez años en la ciudad de Lima y, además, el incremento de las temperaturas influye en los principales productos de agro-exportación. Por ejemplo: el departamento de Piura en donde se obtiene el 70 por ciento del mango destinado al mercado internacional está siendo lesionado.
El Papa Francisco en su reciente encíclica “Laudato si: Sobre el cuidado de la casa común” expresó: “El cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad”. Estas cuestiones ameritan una responsabilidad compartida y una ineludible obligación moral.
Su Santidad insta a sustituir los combustibles fósiles y usar las fuentes de energías renovables con el fin de reducir las emisiones de gases contaminantes y considera que es “urgente e imperioso” desplegar políticas para aminorar la dispersión de anhídrido carbónico y otros fluidos altamente contaminantes. Revertir procesos tecnológicos, interiorizar costos ambientales, medir impactos y animar buenas prácticas son algunas alternativas.
De allí que, las implicancias directas de este suceso deben llevarnos a concretar estrategias para aminorar sus graves repercusiones. La “Hora del Planeta” posibilita reflexionar y tomar acciones sobre la premura de salvaguardar nuestro frágil entorno natural. Es lamentable y, por lo tanto, evidencia una ausencia de visión que, en el actual proceso electoral, esta temática se perciba inadvertida en los planes de gobierno de las agrupaciones aspirantes a conducir los destinos nacionales. Tampoco están siendo debatidas propuestas para combatir la degradación originada por la minería ilegal, la desertificación, la agricultura migratoria, la deforestación, los procesos de crecimiento urbano y las diversas actividades extractivas.
Los partidos políticos tienen el deber de atender, estudiar y canalizar las inquietudes ciudadanas. Su actuación debiera caracterizarse por su coherencia, integridad y lealtad a sus principios, con el afán de convertirse en esferas democráticas orientadas a discutir y exhibir soluciones a las más inaplazables reivindicaciones colectivas.
El veloz incremento del desgaste ambiental está siempre conectado directamente a la pobreza extrema. La satisfacción de la demanda humana desborda la capacidad de sostenibilidad del mundo. En consecuencia, nos asiste el compromiso ético de contribuir a proteger las invalorables fuentes de subsistencia e inducir su aprovechamiento sostenido.
La “Hora del Planeta” es un momento para asumir una respuesta solidaria y empática hacia una problemática que, más temprano que tarde, afligirá nuestra supervivencia. Es importante dejar de lado nuestra endémica desidia y resignación, ante los sucesos producidos en nuestro medio, para ser actores del cambio. Tenemos un inequívoco cometido con nosotros mismos y las venideras generaciones: aprender a convivir en armonía con la naturaleza.
Al culminar estas líneas vienen a mi memoria las lúcidas palabras del recordado conservacionista Felipe Benavides: “Toda inversión en defensa de nuestros recursos naturales renovables, es la mejor garantía para que nuestras futuras generaciones gocen de una buena alimentación, fuentes de riqueza y de trabajo, y ante todo no olvidar del que atente contra el equilibrio ecológico de la naturaleza será responsable de la escasez de alimentos de su pueblo”.
(*) Docente, conservacionista, consultor en temas ambientales, miembro del Instituto Vida y ex presidente del Patronato del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda. http://wperezruiz.blogspot.com/