Por Wilfredo Pérez Ruiz (*)
Desde el 24 de junio de 1994, se celebra en la Reserva Nacional de Pampa Galeras -coincidiendo con el “Día del Campesino”- la afamada “Fiesta del Chaccu” -que en quechua significa “captura de vicuñas”- con la numerosa participación de comuneros, turistas y autoridades. Es una hermosa y representativa tradición, cuyos orígenes se remontan a la época de los antiguos peruanos, en la que el pueblo era convocado para perpetuar un ritual a la tierra en agradecimiento a la protección otorgada por los dioses.
Esta conmemoración de milenaria trascendencia cultural es descrita en las documentadas crónicas de Pedro Cieza de León, Bernabé Cobo, Garcilaso de la Vega, entre otros. No se conoce de un despliegue tan profuso de personas -provenientes de los ayllus- y de animales salvajes que armonicen los objetivos de los habitantes locales de preservar una especie y su ambiente. Esta actividad permitía a los aborígenes reunirme y formar un inmenso cerco de arreo de vicuñas hasta acorralarlas para su esquila y posterior elaboración de prendas de vestir para la realeza y sus descendientes.
Un pertinente comentario entre paréntesis en relación al “ayllu”. Según referencia del ilustre historiador, académico y escritor Luis Eduardo Valcárcel Vizcarra, en su artículo “Las comunidades indígenas del Perú”, aparecido en Perú Indígena (1953): “La persistencia del ayllu que para gentes miopes es un obstáculo para el desarrollo económico del país, viene a ser, por el contrario, uno de los medios más eficaces de favorecerlo, pues, en otros países, como Venezuela, Puerto Rico, Brasil, donde se realizan proyectos de mejoramiento social, se tiende a formar artificialmente comunidades de productores. El Perú, por suerte, cuenta con ellas, desde tiempo inmemorial y con una vitalidad y lozanía que auguran un desenvolvimiento que asombrará a las próximas generaciones”.
La vicuña es un admirable exponente sudamericano apreciado por nuestros antepasados, efigie ancestral del universo andino y altamente cotizada por su valiosa y fina fibra la que, por cierto, se ha vendido en 2,500 dólares el metro de tela en los mercados europeos. Este importante género silvestre sigue aguardando convertirse en una alternativa para asegurar el bienestar económico y social de los sectores campesinos.
Hagamos un poco de historia acerca de los entretelones de la exitosa fase de rescate de su extinción. Cuando llegó al Perú el experto británico Ian Grimwood -su población estaba en su más bajo índice- informó de la existencia de casi 5,000 ejemplares, de las cuales 1,000 se encontraban en la zona de Pampa Galeras (Lucanas, Ayacucho). Esa razón, motivó a Felipe Benavides Barreda, presidente del Patronato de Parques Nacionales y Zonales (Parnaz), a negociar la cooperación económica y técnica a fin de implementar la primera área natural protegida de este camélido: la Reserva Nacional de Pampa Galeras (1967).
Durante casi dos décadas se canalizó la efectiva asistencia de la República Federal Alemana para salvar a esta especie con la intención de usufructuar su lana. Se logró llegar a un censo favorable que facilitó al gobierno presentar en la sexta conferencia anual de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites) -realizada en Canadá en 1987- el pedido en representación de los integrantes del Convenio de la Vicuña (Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador y Perú) para fabricar confecciones "provenientes de la esquila de animal vivo", registradas con la marca “Vicuñandes-Perú”. Sin vacilación se inició una nueva era llena de perspectivas.
Se esperaba que esta autorización -aprobada por unanimidad y que, además, mereció el elogio de organizaciones científicas y ambientalistas mundiales- diera paso a un proceso compartido y conciliado de participación entre las comunidades, las empresas privadas nacionales y el Estado, éste último encargado de la comercialización de las telas. Lamentablemente, como advirtió Felipe “muchas de las grandes causas conservacionistas convertidas en luchas internacionales, tarde o temprano, ingresan al terreno de la desilusión”.
A partir de 1991, se distorsionó este planteamiento encaminado a asegurar su aprovechamiento. Se dictaron erradas, demagógicas e irresponsables disposiciones legales que entregaban al campesinado su tenencia y usufructo y, especialmente, se desmanteló el esquema concedido por la Cites. En consecuencia, la utilidad económica alcanzada hasta nuestros días, es incoherente con las demandas de los actores sociales dedicados a su conservación, manejo y explotación.
La vicuña carece de un sólido marco institucional competente para orientar su destino. Es fundamental que la frívola, pusilánime e insensible burocracia capitalina interprete el sentir de las asociaciones rurales, articule sus demandas y trabaje en favor de sus íntegras aspiraciones. Es momento de empezar las necesarias transformaciones destinadas a su inclusión en la agenda del desarrollo sostenido.
De otra parte, debemos enfrentar las gravísimas consecuencias de su caza furtiva en nuestras lejanas serranías. Es conveniente establecer sistemas de coordinación con la policía, los agentes fronterizos, idear un ordenamiento jurídico estricto e implementar programas de capacitación en las instancias judiciales. Se hace imperioso fortalecer la autonomía y capacidad de gestión de las comunidades para impartir entrenamiento y canalizar financiamiento conducente a enfrentar este drama de indudables implicancias.
Mi homenaje solidario al aldeano de la vieja hacienda, al moderno agricultor y al parcelero que lucha sin desvelos por enaltecer la justicia social. Mi adhesión sincera porque también nos alimentan con su inequívoco ejemplo de empeño, fe y perseverancia. Al respecto, me complace compartir lo expuesto por Luis Eduardo en su escrito “Los problemas del campesinado” (El Comercio, junio 24 de 1955): “En este Día del Indio debe desaparecer ya todo lirismo infecundo: su problema es el del campesino en general que solo puede ser resuelto a la luz de la ciencia y con procedimientos de la más depurada técnica. Está formada la conciencia nacional sobre el valor inmenso de nuestro campesinado que integran más de seis millones de hombres que pueden producir y consumir muchísimo más que hoy, contribuyendo al desarrollo general del país y a su imperiosa independencia económica”.
Por encima de controversias acaloradas, ilusiones incumplidas y legítimas expectativas insatisfechas, la vicuña es un emblema de nuestra peruanidad y, por cierto, denota la ausencia de mecanismos enfocados a insertar un recurso natural de incalculables dividendos en la existencia de miles de hombres y mujeres. Abrazo la convicción que los lugareños andinos perciban compensados sus esfuerzos, entregas y sacrificios para garantizar la supervivencia de este imponente símbolo. Será un noble acto de probidad.
(*) Docente, conservacionista, consultor en temas ambientales, autor del libro “La saga de la vicuña”, miembro del Instituto Vida y ex presidente del Patronato del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda. http://wperezruiz.blogspot.com/