Agricultura: si somos tan ricos ¿por qué estamos tan pobres?
Polan Lacki
En todos los países de esta privilegiada América Latina tenemos enormes potencialidades productivas que nos permitirían generar las riquezas necesarias para autofinanciar nuestro desarrollo agrícola y eliminar el subdesarrollo rural.
En primer lugar, tenemos vastas extensiones de tierras de buena calidad, clima favorable que nos posibilita obtener varias cosechas al año y que nos permite producir ganado exclusivamente a pasto; y, lo más importante, tenemos una muy abundante mano de obra, necesitada y deseosa de progresar con el fruto de su esfuerzo.
En segundo lugar, ya disponemos de los conocimientos (tecnologías y experiencias exitosas) que son necesarios para hacer una muy eficiente producción, transformación y comercialización de productos agropecuarios. Desafortunadamente, dichos conocimientos están siendo adoptados apenas por una minoría de productores rurales más eficientes. Tal exclusión es lamentable porque muchas de las mencionadas tecnologías y experiencias son de bajo costo y fácil adopción, y como tales podrían y deberían estar beneficiando a todos los productores rurales de cada país. Sin embargo, ello no ocurre porque estos valiosos conocimientos permanecen ociosos o subutilizados en las estaciones experimentales, en las universidades, en las cooperativas, en las páginas web y, muy especialmente, dispersas en las fincas de los agricultores más eficientes que ya están adoptándolas. La correcta aplicación de las referidas tecnologías y experiencias permitiría solucionar gran parte de los problemas de la mayoría de los productores rurales. Desafortunadamente ello no ocurre porque dicha mayoría no las conoce o no sabe aplicarlas de manera correcta.
En tercer lugar, disponemos de métodos y medios, eficaces y de bajísimo costo (emisoras radiales y de televisión, E-mail, páginas Web, etc.), a través de los cuales podríamos y deberíamos difundirlas rápida y masivamente en beneficio de todas las familias rurales. En resumen, tenemos a nuestra disposición casi todos los requisitos necesarios para hacer una agricultura que al ser mucho más eficiente y más productiva podría generar las riquezas que necesitamos para reducir la pobreza y el subdesarrollo rural.
Y si es así ¿por qué no lo hacemos? Por la sencilla razón de que la mayoría de nuestros agricultores no poseen las competencias necesarias para hacerlo; es decir, les faltan conocimientos, habilidades, actitudes y hasta valores orientados al autodesarrollo
¿Y por qué los habitantes rurales no poseen las referidas competencias? Básicamente por las siguientes cuatro razones. En primer lugar, porque los conocimientos que sus padres les transmitieron ya están “desactualizados” y son insuficientes para que ellos puedan sobrevivir económicamente en la agricultura moderna y globalizada.
En segundo lugar porque las escuelas fundamentales rurales que, para la mayoría de los habitantes del campo, son la única oportunidad de aprender algo útil para la vida y el trabajo en el campo, enseñan a los niños muchos contenidos irrelevantes en vez de proporcionarles los conocimientos necesarios para que puedan ser productores más eficientes y más emprendedores, mejores padres/madres de familia, mejores ciudadanos, empleados más eficientes y miembros más solidarios y participativos de sus comunidades. Existe un impresionante desencuentro entre lo que esas escuelas rurales enseñan y aquello que los educandos realmente necesitan aprender. Gran parte de sus contenidos curriculares no tienen ninguna aplicación en la solución de los problemas cotidianos de los educandos, ya sean laborales, familiares o comunitarios.
En tercer lugar, porque los servicios públicos de extensión rural —que podrían y deberían contrarrestar las dos debilidades educativas hasta aquí analizadas— están contaminados por las interferencias político-partidarias, burocratizados y excesivamente centralizados. Con tales restricciones, los extensionistas, aun en contra de su voluntad, dedican más tiempo a burocratizar en las oficinas que a capacitar a los agricultores en las fincas y comunidades rurales. Las pocas veces que logran ir al campo, después de enfrentar un largo peregrinaje burocrático para obtener el vehículo, el combustible y los viáticos, muchos de los extensionistas no están en condiciones técnicas de corregir los errores que los agricultores cometen y de solucionar los problemas que los afectan; estas debilidades técnicas de los agentes de extensión ocurren debido al motivo descrito a continuación.
En cuarto lugar porque las facultades de ciencias agrarias están excesivamente "urbanizadas" y desconectadas de la realidad concreta de los productores rurales y de los potenciales empleadores de sus egresados. Debido al rápido proceso de urbanización, la mayoría de los docentes ya es de extracción urbana y no tiene un adecuado conocimiento “vivencial” de los problemas agrícolas y rurales. Además de no tener la referida vivencia, las facultades ni siquiera consultan a los empleadores y productores rurales para saber cuál es el perfil profesional que el mercado laboral está necesitando. La enseñanza teórica impartida en las aulas y laboratorios no es complementada ni validada con actividades prácticas en las fincas, en las comunidades rurales, en las agroindustrias y en los mercados rurales. Las visitas al campo suelen ocurrir recién en el último semestre de la carrera, cuando el daño en la formación de los estudiantes ya es irremediable. Las facultades estimulan a sus docentes para que publiquen artículos en las revistas científicas internacionales y los premian por esos "papers" para efectos de sueldos y promociones o ascensos; poco importando cuántas personas leen dichos “papers” y cuál es la contribución real y efectiva que tales escritos ofrecen a la solución de los problemas concretos y cotidianos de la gran mayoría de los productores rurales; olvidándose que son éstos la razón de ser de la existencia de las facultades. Mientras tanto las actividades de extensión universitaria que podrían acercar las facultades al conocimiento de la realidad agrícola y rural no reciben apoyo ni son consideradas para efectos de ascensos y premios a los docentes que las ejecutan o que desearían ejecutarlas. Con una formación tan teórica y tan divorciada de las necesidades de los agricultores y de los empleadores, no es de sorprender que el mercado laboral esté rechazando a los profesionales que de ellas egresan. Las facultades siguen formando egresados para el desempleo y ello ocurre no necesariamente porque la demanda es insuficiente sino porque su oferta es inadecuada a las reales necesidades de los demandantes del mundo moderno. Adicionalmente, a pesar de que en la prédica proponen el desarrollo rural con equidad y sin exclusiones, las escuelas superiores de agricultura “priorizan” y enfatizan la enseñanza de tecnologías sofisticadas y de alto costo, que benefician/interesan a un 5 o 10% de los agricultores de avanzada, pero desprecian o ignoran las necesidades concretas del 90 o 95% de los productores rurales que requieren, con carácter prioritario, de tecnologías sencillas y de bajo costo, para que sean compatibles con los escasos recursos que ellos disponen. Durante su paso por la universidad, los estudiantes tienen pocas oportunidades de desarrollar su ingenio en la creación de soluciones más pragmáticas y adecuadas a las adversas condiciones físico-productivas y a la escasez de recursos financieros que caracterizan a los agricultores más pobres; tampoco tienen la oportunidad de ejecutar con sus propias manos las actividades más elementales y rutinarias que a diario realizan los agricultores. En tales condiciones ¿cómo podrán enseñar a los agricultores a sembrar, regular una sembradora o cosechadora, podar, injertar, ordeñar una vaca o transformar “commodities” en productos procesados de manera correcta, si durante su paso por la universidad los estudiantes no tuvieron la oportunidad de sembrar, regular una sembradora, podar, injertar, ordeñar y procesar/transformar commodities con eficiencia? Con tantas debilidades en la formación de los egresados, ¿cómo esperar que los servicios de extensión rural sean eficientes y promuevan los cambios que necesitan los agricultores y la agricultura?
Afortunadamente la corrección o eliminación de la mayoría de las ineficiencias y distorsiones recién descritas depende en gran medida de la decisión y voluntad personal de los directores, maestros, profesores y extensionistas. Al contrario de lo que suele afirmarse la corrección de estas distorsiones no requiere de altas decisiones políticas del Poder Ejecutivo, del Congreso Nacional, del Ministerio de Educación, del Ministerio de Agricultura, de las Secretarias Provinciales o Departamentales de Educación y Agricultura o de los rectores de las universidades. Las medidas que realmente dependen de ayudas externas podrán ser postergadas para que, en lo inmediato, los educadores puedan concentrarse en corregir lo que está al alcance de ellos. En la página http://www.polanlacki.com.br están disponibles textos que demuestran lo mucho que pueden hacer los propios profesores y extensionistas para corregir estas debilidades, aunque no cuenten con recursos adicionales a los que ya están disponibles.
Esta es la gran prioridad. Mientras no hagamos estos cambios en nuestro sistema de educación rural —sencillos y de bajo costo pero altamente eficaces y de un enorme efecto multiplicador y emancipador— todos los grandes proyectos de combate a la pobreza rural seguirán fracasando; y los gigantescos recursos en ellos aplicados seguirán siendo derrochados; tal como ha ocurrido y sigue ocurriendo en América Latina por la siguiente razón de fondo: los afectados por la pobreza rural no pueden solucionar sus problemas, muchísimo más debido a la inadecuación de sus conocimientos que a la supuesta insuficiencia de sus recursos materiales y financieros.