Desigualdades, alternativas y retos de la sociedad global
Por María José Atiénzar (*)
El dinero ya no es un instrumento para comerciar, sino que se ha convertido en el objeto del comercio. El “metálico” circulante es 80 veces mayor que las transacciones comerciales que realizamos. Juan Torres, catedrático de Economía de la Universidad de Málaga (España) analiza así la situación global actual. Hay una auténtica crisis, aunque ahora se le denomine “desaceleración”.
En el sismograma de alzas y bajas económicas se dibujan unos dientes de sierra que reflejan fluctuaciones al minuto, especulaciones, fortunas extraordinarias, y ruina para otros.
En la actualidad, ya no se realizan transacciones de productos, se venden los acuerdos, los contratos, el papel. Se negocia con la compra-venta, el seguro, el reaseguro. Son papeles, activos financieros, que mueven con una sola tecla el resultado de producciones agrícolas, viviendas, etc.
En esta exageración se ve la verdadera naturaleza de las cosas, como solía decir Borges. A los bancos “no nos interesa tener dinero, sino ganarlo”, afirmaba el millonario empresario español, Juan March. Pero es una dinámica que, como las bicicletas se cae cuando se detiene.
En las últimas décadas, se generó una enorme ola de construcción para darle salida a la financiación excesiva que provenía de los bancos, de donde ha surgido la nueva esclavitud del endeudamiento. Millones de personas se han hipotecado para adquirir sus viviendas.
De Estados Unidos surgieron los términos de hipotecas prime, adquiridas por personas con solvencia económica y las subprime o basura, que dieron a miles de personas insolventes, con alto riesgo de impago y quiebras. Todo esto con la complicidad de la Reserva Federal. En los mercados internacionales de transacciones financieras, se pusieron en venta “paquetes” de hipotecas seguras mezcladas con hipotecas “basura”, que provocaron pérdidas en los bancos.
A su vez, éstos han tenido que apretarse el cinturón y dejar de dar incluso los préstamos corrientes, necesarios para que funcione la economía. Ni con el rescate de las reservas federales y los bancos centrales se ha evitado que la crisis hipotecaria se convierta en una crisis económica extendida, que se deja ver también en el comercio internacional.
Cuando se renegociaron las deudas externas de los países empobrecidos, se les impuso la cláusula de ‘condicionalidad’, mediante la cual forzó en FMI a los gobiernos a aplicar medidas de ajuste estructural, entre ellos una economía de sustitución. Ya no era el país el que decidía qué iba a producir, tanto en el sector textil, como la industria cárnica, la pesca o plantar flores quitando el cereal, o plantar maíz para biocombustibles.
Se devaluaron las monedas nacionales para establecer ventajas competitivas. El comprador exterior encuentra así más barata la producción. Pero como se actúa así con todos los países productores, acaban todos en desventaja salvo el comprador del norte enriquecido. Lo que el país vendía al exterior cayó de precio mientras que lo que compra subió por las nubes. Después se ofrecen servicios de empresas que desde el Norte les venden la luz, el teléfono, o los hospitales a precios que ahogan las economías locales y familiares. Los planes de ajuste hicieron caer en picado las tasas de alfabetización, la salud, y la esperanza de futuro de muchos pueblos.
Sostiene Eduardo Galeano que el dinero tiene más libertad que los seres humanos. En este círculo infernal de transformaciones, no hay mecanismos internacionales que defiendan a los ciudadanos, no hay quien se oponga al poder económico. Medios de comunicación, rectores de universidades, muchos de ellos están comprados o manipulados. “Matar a la verdad es el crimen perfecto” según el pensador francés Baudrillard. Una de estas verdades es que las necesidades básicas del mundo se podrían cubrir con 80 mil millones de dólares. Es el equivalente a 20 días de gasto militar en el mundo, el 5% de lo que ganan las 250 personas más ricas del planeta.
Nos enfrentamos a la tarea de regenerar al ser humano y sus valores. Resulta miope y arrogante considerar que nuestro tiempo histórico es el Tiempo. Muchos de los que vinieron antes hicieron posible que se acabara con lacras como la esclavitud en muchas sociedades. Trabajemos para que los que vienen puedan pescar con las redes de solidaridad que hayamos creado. Dejemos el pesimismo para tiempos mejores.
(*) Periodista
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.