La inflación subyacente ya no es lo que era
Por Humberto Campodónico
En el cálculo de la inflación, es costumbre en casi todos los países utilizar una medida que no tome en cuenta los precios de los energéticos y de los alimentos (se considera que tienen una alta volatilidad). Así, existe una medida de la inflación en general —que incluye a todos los productos de la canasta y, también, la llamada "inflación subyacente", que excluye del cálculo a los productos energéticos y los alimentos.
Por Humberto Campodónico
En el cálculo de la inflación, es costumbre en casi todos los países utilizar una medida que no tome en cuenta los precios de los energéticos y de los alimentos (se considera que tienen una alta volatilidad). Así, existe una medida de la inflación en general —que incluye a todos los productos de la canasta y, también, la llamada "inflación subyacente", que excluye del cálculo a los productos energéticos y los alimentos.
Si bien para el público en general esto pudiera parecer irrelevante ya que consume todos los productos, para el Banco Central (encargado de preservar la estabilidad de la moneda) el cálculo de la inflación subyacente es importante. Esto se debe a lo siguiente: si la inflación aumenta en un periodo (corto) porque hay una sequía y disminuye la oferta de alimentos y/o porque hay un alza temporal del precio del petróleo, normalmente la inflación subyacente no se verá afectada.
Esto hará que el BC no tenga que emplear sus diferentes instrumentos (tasa de interés, el nivel del encaje, entre otros), porque el aumento de la inflación es temporal. Pero si la inflación subyacente sube (o baja), entonces el BC considerará indispensable intervenir —usando sus instrumentos— para preservar la estabilidad monetaria.
La cuestión clave aquí es la volatilidad de los precios de los alimentos y energéticos, lo que significa que se caracterizan por tener alzas y bajas frecuentes. La volatilidad se puede graficar como un serrucho, con picos y valles frecuentes en sus precios. Es por eso que se les excluye de la inflación subyacente ("core inflation", en inglés).
Pero, ¿qué sucede si los precios de los alimentos y de los energéticos tienen una tendencia constante al alza? En ese momento, ya no se puede hablar de "subidas y bajadas" temporales, sino de cambios estructurales en los mercados de estos productos. Pues bien, eso es lo que está pasando en los últimos años y meses.
Así, por ejemplo, el trigo, el arroz y el maíz han subido 100% en un año y en algunos países también se han duplicado los precios de la leche y la carne. Para el Perú esto es especialmente importante porque somos un país importador neto de alimentos (en el 2007 se importaron más de US$ 1,200 millones de trigo, maíz, soya para el aceite, lácteos y carne).
Y, lo más importante, organismos internacionales como la FAO y el Banco Mundial acaban de publicar informes pronosticando que los precios seguirán subiendo y/o permanecerán altos en los próximos 7 a 10 años. Las causas son múltiples (aumento de la demanda asiática, uso de las tierras alimentarias para biocombustibles, entre otros).
Con el precio del petróleo sucede algo parecido. En los últimos tiempos no ha habido volatilidad sino una tendencia constante al alza: en el 2005, el precio era US$ 43/barril y hoy supera los US$ 130/barril. Hay diferentes causas estructurales –aunque también coyunturales que lo explican. La cuestión es que, como en los alimentos, el pronóstico de los analistas es que el precio seguirá subiendo, pudiendo superar los US$ 200/barril.
La implicancia, para los bancos centrales, es que la definición de inflación subyacente que no toma en cuenta los cambios estructurales en los precios de los alimentos y los energéticos —porque los sigue considerando "volátiles"— ha perdido contenido analítico. Por tanto, se abre un debate para saber qué alimentos y energéticos deben incorporarse a la inflación subyacente porque, justamente, las consideraciones para no incluirlos ya no corresponden a la realidad económica actual.
Yendo más allá de un debate sobre definiciones, con toda la importancia que tiene para el Banco Central, también es clave que la medida de la inflación deje de ser limeña —como lo es ahora— para que incluya a las principales ciudades del país. Y, sobre todo, discutir las políticas sectoriales para atenuar el impacto de los cambios estructurales de los mercados energéticos y de alimentos. Esto implica poner el péndulo al medio en las relaciones entre Estado y mercado, algo que este gobierno se rehusa a hacer.
Todos los artículos del autor pueden ser leídos en: www.cristaldemira.com
Esto hará que el BC no tenga que emplear sus diferentes instrumentos (tasa de interés, el nivel del encaje, entre otros), porque el aumento de la inflación es temporal. Pero si la inflación subyacente sube (o baja), entonces el BC considerará indispensable intervenir —usando sus instrumentos— para preservar la estabilidad monetaria.
La cuestión clave aquí es la volatilidad de los precios de los alimentos y energéticos, lo que significa que se caracterizan por tener alzas y bajas frecuentes. La volatilidad se puede graficar como un serrucho, con picos y valles frecuentes en sus precios. Es por eso que se les excluye de la inflación subyacente ("core inflation", en inglés).
Pero, ¿qué sucede si los precios de los alimentos y de los energéticos tienen una tendencia constante al alza? En ese momento, ya no se puede hablar de "subidas y bajadas" temporales, sino de cambios estructurales en los mercados de estos productos. Pues bien, eso es lo que está pasando en los últimos años y meses.
Así, por ejemplo, el trigo, el arroz y el maíz han subido 100% en un año y en algunos países también se han duplicado los precios de la leche y la carne. Para el Perú esto es especialmente importante porque somos un país importador neto de alimentos (en el 2007 se importaron más de US$ 1,200 millones de trigo, maíz, soya para el aceite, lácteos y carne).
Y, lo más importante, organismos internacionales como la FAO y el Banco Mundial acaban de publicar informes pronosticando que los precios seguirán subiendo y/o permanecerán altos en los próximos 7 a 10 años. Las causas son múltiples (aumento de la demanda asiática, uso de las tierras alimentarias para biocombustibles, entre otros).
Con el precio del petróleo sucede algo parecido. En los últimos tiempos no ha habido volatilidad sino una tendencia constante al alza: en el 2005, el precio era US$ 43/barril y hoy supera los US$ 130/barril. Hay diferentes causas estructurales –aunque también coyunturales que lo explican. La cuestión es que, como en los alimentos, el pronóstico de los analistas es que el precio seguirá subiendo, pudiendo superar los US$ 200/barril.
La implicancia, para los bancos centrales, es que la definición de inflación subyacente que no toma en cuenta los cambios estructurales en los precios de los alimentos y los energéticos —porque los sigue considerando "volátiles"— ha perdido contenido analítico. Por tanto, se abre un debate para saber qué alimentos y energéticos deben incorporarse a la inflación subyacente porque, justamente, las consideraciones para no incluirlos ya no corresponden a la realidad económica actual.
Yendo más allá de un debate sobre definiciones, con toda la importancia que tiene para el Banco Central, también es clave que la medida de la inflación deje de ser limeña —como lo es ahora— para que incluya a las principales ciudades del país. Y, sobre todo, discutir las políticas sectoriales para atenuar el impacto de los cambios estructurales de los mercados energéticos y de alimentos. Esto implica poner el péndulo al medio en las relaciones entre Estado y mercado, algo que este gobierno se rehusa a hacer.
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