Mercedes Alvaro
Gabriela, una niña de grandes y vivaces ojos de color negro profundo, no levanta ni un metro del piso. Tiene casi cuatro años y a su corta edad se la puede ver a diario en una esquina de una calle del norte de la capital de Ecuador, junto a su madre que vende, informalmente, limones, mazorcas de maíz y tomates.
Cada vez que un potencial cliente pasa a su lado, la niña se levanta del piso coge una funda de la mercadería de su madre y pone una gran sonrisa, que muchas veces atrapa a los clientes.
Su madre dice que la niña no trabaja, que solo toma las fundas para divertirse y pareciera que así es, aunque no se puede negar que al verla y mirar sus ojos y sonrisa es difícil dejar de comprar.
Gabriela forma parte de las dolorosas estadísticas del país andino, que dan cuenta de que unos 420.000 niños y adolescentes están en situación de trabajo infantil.
En Ecuador, la crisis económica, al igual que en casi todos los países del mundo, llega a aparejada con un crecimiento de la pobreza y junto con ella de un visible aumento del número de menores que se ven obligados a trabajar.
Cuando impulsado por los altos precios del petróleo en el mercado internacional Ecuador basó su crecimiento en la inversión en obra pública, se pudo ver una baja del trabajo infantil del 8,3 por ciento registrado en 2007 a 2,6 por ciento en 2013, pero en 2014 ascendió en 3 por ciento.
Para 2018, en plena crisis de los precios del petróleo, la tasa de trabajo infantil se ubicó en 5,4 por ciento y afectó a casi 384.000 niños y adolescentes de 5 a 17 años, de los cuales casi el 53 por ciento tenían entre 5 y 15 años.
Un año antes de la llegada de la pandemia del covid-19 en 2019, el trabajo infantil trepó a 8,3 por ciento. Para 2021 no hay aún estadísticas.
"El empobrecimiento grave que sufrió la población, y sobre todo la población que vivía en la informalidad, ha tenido impactos en seguridad alimentaria, en falta de acceso a la salud. Las familias han tenido que reestructurar sus estrategias de sobrevivencia para más o menos mantenerse y aquí está una causa fundamental del trabajo infantil", dice a la Agencia Sputnik la directora de la organización no gubernamental CARE, Alexandra Moncada, quien lamenta las brechas de información sobre el tema que existen en Ecuador.
Moncada añadió que "otra causa es el abandono escolar por el cierre de escuelas en la pandemia y la falta de acceso a Internet, teléfonos, computadores y otros dispositivos electrónicos necesarios para estudiar".
TRABAJO INFANTIL TAMBIÉN DISCRIMINA
Las áreas rurales son las que concentran un mayor porcentaje de trabajo infantil frente a las urbanas, pese a que en estas habitan más niños y adolescentes.
Según la única encuesta nacional realizada en Ecuador sobre trabajo infantil en 2012, las áreas rurales concentraron mayor número de menores trabajando
Esto a pesar de que son las áreas urbanas donde habitan más niños, niñas y adolescentes.
Esa encuesta, citada en el Análisis Rápido de Género Ecuador 2021, de CARE, Plan Internacional, World Vision y del Programa Mundial de Alimentos, reveló también el rostro discriminatorio por condición étnica: el 26 por ciento de niños indígenas y el 39 por ciento de adolescentes indígenas asentados en el sector rural estaban vinculados al trabajo infantil.
El 29 por ciento de adolescentes montubios (campesinos de la costa ecuatoriana) trabajaban, y los niños y adolescentes afrodescendientes de 5 a 14 y de 15 a 17 años tenían una tasa de trabajo infantil de 4 por ciento y 15 por ciento, respectivamente.
En 2020, en el sector rural casi el 74 por ciento niños y adolescentes trabajan en el sector de agricultura y ganadería, con participación un poco más alta de las niñas.
LA POBREZA MANDA
Los hogares pobres están totalmente rebasados, tratando de cubrir las necesidades básicas del hogar. Las estadísticas son preocupantes: un 41 por ciento de las familias en el Ecuador no tienen los recursos suficientes para una alimentación básica, lo que unido a la deserción escolar configuran el escenario propicio para que se incremente el trabajo infantil.
"Lo palpamos todos los ciudadanos en las zonas urbanas. En un semáforo vemos a niños y niñas en procesos de mendicidad o 'acompañando' a los padres y madres en la búsqueda de recursos en la calle, en el mercado; también en las zonas rurales vemos claramente a los niños y a las niñas fuera de la escuela, contribuyendo a las labores agrícolas y en el cuidado de los hogares", dice Moncada.
Y las niñas también tienen que lidiar con las labores domésticas, dados los roles tradicionales de género asignados a las mujeres. Ellas deben permanecer en la casa realizando las labores del hogar, cuidando a sus hermanos menores y en algunos casos ellas deben quedarse en casa para que sus hermanos varones estudien.
EL MITO
La experta destaca la necesidad de desmitificar la creencia de que el trabajo de los niños puede hacer la diferencia entre que la familia coma o no.
"Hay que desmitificar la idea de que los ingresos de las familias dependen mucho de lo que perciben los niños. Su fuerza laboral es pequeñita, y los niños que alcanzan recursos mayores lo hacen en condiciones de explotación extrema. Tenemos que educarnos como sociedad y entender que el mejor lugar para los niños y las niñas es en los recintos escolares, ahí es donde deben estar. Todos debemos poner el hombro para asegurar a los niños su ingreso a la educación de calidad", dice Moncada.
La experta añade que hay que pensar en bachilleratos técnicos que permitan una pronta inserción en el mercado laboral.
Con información de Sputnik