El artículo de propaganda chilena "¿Qué hacemos?" atribuido al coronel Mariano Bolognesi Cervantes, hermano del Héroe de Arica

Escribe: César Vásquez Bazán

El intento chileno de sembrar el derrotismo entre los peruanos tras las Batallas de San Juan y Miraflores.

El 25 de febrero de 1881, el diario El Comercio de Guayaquil publicó el artículo titulado "¿Qué hacemos?", firmado, aparentemente, por el coronel de artillería del Ejército Peruano don Mariano Bolognesi Cervantes, hermano del Héroe de Arica y tío de sus dos valerosos hijos, héroes de la Defensa de Lima, capitán Enrique Bolognesi Medrano y teniente Augusto Bolognesi Medrano.

 

Ver documento aquí.

El documento atribuido a Mariano Cervantes es un texto propagandístico de confección visiblemente pro-chilena. Intenta sembrar el derrotismo entre los peruanos proclamando que el Perú había sido definitivamente vencido tras las Batallas de San Juan y Miraflores. Quien haya sido el verdadero autor de "¿Qué hacemos?" sostiene que Perú no debería continuar enfrentándose al invasor chileno y debería acceder a sus demandas, sin mayor pérdida de tiempo, es decir, la “cesión de un pedazo más o menos grande de territorio limítrofe” y el pago de “mayor o menor suma por gastos de guerra”. Con estos fines, el artículo solicita la conformación de un gobierno provisional que debería tener como objetivo central “firmar la paz con Chile”.

El texto publicitario enemigo abunda en una serie de graves inexactitudes, como la de afirmar que Perú en 1881 tenía territorio limítrofe con Chile --cuando la frontera sur del Perú era compartida con Bolivia-- o que Chile contaba con las simpatías del mundo civilizado, cuando el caso era exactamente el contrario, particularmente en el continente americano. Peor aún, destaca la interesada afirmación de que la derrota peruana se debía a acciones de los propios peruanos y no a la agresión invasora de Chile. El documento indica que Perú gozaba de una supuesta abundancia de elementos de guerra, cuando la realidad era que carecía no sólo de escuadra para enfrentar a la armada invasora, sino de cañones Krupp y fusiles modernos para oponer a los del ejército genocida del sur. También el artículo sugiere que, a diferencia del caso de la invasión francesa en México, la autonomía del Perú como nación no estaba en peligro, cuando la verdad era que circulaban en la clase dirigente de los invasores del sur propuestas para anexar nuestro país a Chile.

Como ya se ha indicado, fuentes enemigas atribuyen la autoría de "¿Qué hacemos?" a Mariano Bolognesi Cervantes. Entendemos que la responsabilidad de la preparación y firma del documento debe ser investigada cuidadosamente por los historiadores. Nos inclinamos a pensar que el nombre de Bolognesi fue manejado por agentes en Guayaquil de los invasores chilenos, con el fin de viabilizar la obtención de sus fines de conquista y rapiña territorial. Utilizaron para el efecto el nombre de Mariano Bolognesi, un militar, músico y católico ferviente que debió sobrellevar en silencio el sacrificio de su hermano en Arica --abandonado por los comandantes del ejército del sur-- y compartir el sufrimiento y agonía por varios días, en su propia casa, de Enrique y Augusto Bolognesi Medrano, dos de los hijos del Héroe de Arica que fueron mortalmente heridos en las Batallas de San Juan y Miraflores.

Ver documento aquí.

Ver documento aquí.

Ver documento aquí.

Ver documento aquí.

 

"¿Qué hacemos?"

Artículo de propaganda chilena atribuido a Mariano Bolognesi

(Publicado en El Comercio de Guayaquil, 25 de febrero de 1881)

La verdad tiene su fuerza por sí sola; es independiente del que la evoca o la descubre.

  En circunstancias como las que atravesamos, la palabra de un hombre honrado que no tiene parte en la responsabilidad de los sucesos, que jamás ha especulado con la política, que siempre ha servido lealmente a su patria en cuanto sus débiles fuerzas le han permitido y que nada pretende ni nada quiere para sí, puede, sin temor, ser lanzada al público y tal vez pueda ser escuchada y seguida con confianza para bien de la patria.

  ¿Qué hacemos, pues, compatriotas? Hace quince días que el ejército vencedor ocupa nuestra capital; veinticinco días hace que fuimos vencidos y estamos a merced del vencedor; y como si ya no hubiesen inmensos males que evitar, como si no fuera el momento de aprovechar para salvar la patria y regenerarnos, dormimos embrutecidos por el espanto o halagados por quiméricos ensueños.

  Despertemos, compatriotas, y hagamos algo en bien de la patria. El cáliz de nuestras amarguras no está todavía agotado; podemos aún sufrir mucho, muchísimo si no tenemos el valor y la cordura necesarios para dominar la situación, para conjurar la tempestad que sólo está iniciada y que amenaza hundir a la patria, para siempre, en el abismo.

  Basta, pues, de locuras, compatriotas: basta de sangre y llanto, basta de egoísmo de partidos, de ilusiones quiméricas. Es una verdad que hemos sido vencidos desde Angamos, Pisagua, Tacna y Arica hasta Chorrillos y Miraflores; sí, lo es, que estamos vencidos y a merced del vencedor, y no por falta de valor ni de elementos, porque los hemos tenido tres y cuatro veces más abundantes de lo que necesitábamos sino porque la Divina Providencia así lo ha dispuesto, sin duda para mejor.

Esto no obsta para que reconozcamos que, teniendo todas las acciones su lógica o inevitables reacciones, cuanto nos ha pasado y está pasando es la lógica reacción de nuestras acciones, de nuestras locuras, de nuestro desgobierno, de los vicios, en fin, que venimos fomentando desde medio siglo atrás.

  ¿Esperamos continuar la Guerra? Eso sería una fatal locura; pues si con elementos tan poderosos como teníamos hemos sido siempre vencidos, careciendo por completo de ellos y siempre debilitados por las mismas causas que nos han hecho impotentes, jamás venceremos, y el resultado final siempre sería de mayores e infructuosos sacrificios que nos enajenasen más y más las simpatías del mundo civilizado y neutral que nos contempla y juzga imparcialmente.

  Es menester no dejarnos extraviar el juicio por pasiones indignas. Todos los pueblos civilizados han tenido guerras y las han terminado con la paz, haciendo concesiones al afortunado vencedor.

  La guerra hasta el exterminio no sólo es cosa de salvajes, sino que siendo contraria a los sagrados derechos de en la humanidad, las naciones civilizadas no la pueden autorizar.

  Que los logreros políticos, para explotarnos, no nos pongan por ejemplo la heroica guerra de México, que no viene al caso. Allí se trataba de la pérdida de la autonomía nacional para fundar un imperio extranjero; allí era menester pelear hasta el exterminio del último traidor, del último invasor o del último patriota.

  Aquí, hoy día, no se trata de nada de eso. Se trata únicamente de la paz entre pueblos de un mismo origen, que siempre se han llamado hermanos, que juntos han derramado su sangre en defensa de sus derechos. Se trata de mayor o menor suma que hay que pagar por gastos de guerra, de cesión de un pedazo más o menos grande de territorio limítrofe, y de un poco de abatimiento de un amor propio, no aún claramente definido en beneficio de la humanidad. Por dinero y por terreno en el Nuevo Mundo no es posible exterminar una parte de la humanidad.

  ¡Ay! A través del tono exigente del vencedor, del último suspiro de nuestros heroicos combatientes y del inconsolable llanto de las familias, siento una voz misteriosa que nos dice: “Basta de sangre, de llanto y de locuras; no habéis sabido aprovechar en vuestro beneficio las riquezas del guano y salitre que os he prodigado, vuestros campos están incultos, vuestra industria es nula, vuestras mejoras locales nulas; sólo os habéis servido de esas riquezas para llenaros más y más de vicios y para comprar armas con que asesinaros entre hermanos, padres e hijos; basta, pues, de locuras criminales; yo os retiro esas riquezas para darlas a un pueblo hermano que sepa aprovecharlas mejor, mientras aprendáis a conduciros con sensatez y os hagáis dignos de que os las devuelva o las sustituya con otras iguales o más valiosas”.

  Para consolar nuestro patriotismo, el ejemplo más ad hoc y más inmediato lo tenemos en la guerra franco-prusiana. Ved allí a la soberbia Francia sometiéndose ayer a las exigencias de la Prusia, pagándole millones ingentes por gastos de guerra y cediéndole dos de sus más ricas provincias, la Alsacia y la Lorena, sin que por esto deje de ser la Francia una de las primeras naciones del mundo civilizado, y que hoy después del abatimiento de su orgullo y de todas las concesiones, sea aún más grande y poderosa que antes.

  Sí, compatriotas; basta de sangre, basta de locuras que nos han conducido a este caos; que en el espacio que se representen los ayes de nuestras desgracias, no vuelvan a resonar más nuestras flaquezas, no se vuelvan a oír los epítetos de mazorqueros, pierolistas, argollistas, etc.; seamos todos peruanos, patriotas sinceros, que buscamos el medio de curar nuestras llagas, nuestra lepra y de regenerarnos mediante el buen juicio y el trabajo honrado. Entre esos aciagos partidos, indudablemente existen algunos hombres con virtudes cívicas, con inteligencia y abnegación. Busquemos a esos pocos hombres, olvidando el que pueda haber apoyado algún partido; agrupémoslos y formemos un Gobierno constitucional, única áncora de salvación que nos queda, que sólo vea peruanos y no partidarios, y que nos conduzca a nuestra regeneración por el camino de la ley, la justicia y la honradez.

  ¡Al trabajo, pues compatriotas! Quince días hace que el vencedor ocupa la capital, que el vencido siente todo el peso de su desgracia, y parece que en Lima no hubiera peruanos. ¿Dónde están los hombres que piensan, los que pueden influir para evitar mayores males a la patria? ¿Qué esperamos? ¿Qué vuelva el Dictador a firmar la paz?

  Eso sería una fatal locura, que no conviene a nuestras necesidades, ni puede tener lugar. Lo primero, porque sería nuevo germen de revoluciones y del desgobierno en que siempre hemos vivido y que nos llevaría a la última desgracia; lo segundo, porque el mismo señor Piérola no lo hará, porque quiere hallarse expedito para gobernar el país constitucional y tranquilamente, si éste quiere elegirlo y hacer un gobierno exento de odios y partidos de los compromisos e interminables exigencias de los partidarios.

  Es menester que comprendamos que si queremos sinceramente darnos un gobierno sensato, que nos dé garantías de futura tranquilidad, justicia y bienandanza, debemos formar un Gobierno provisional, sobre el cual no pesen parte de las responsabilidades de nuestro malestar; que no tenga pretensiones de seguir mandando el país, sea del modo que fuese, y que sólo se limite a cumplir lealmente el muy pequeño periodo este programa, en dos palabras: firmar la paz con Chile, reanudar el orden constitucional y que luego desaparezca por completo, dejándonos sólo el dulce recuerdo de haber puesto la primera piedra del edificio de nuestra regeneración.

  De consiguiente, de acuerdo con el Alcalde Municipal, única autoridad con visos de legalidad que existe, o sin tal acuerdo, porque el pueblo es el soberano, debemos nombrar una junta de cincuenta o cien notables que serán los electores de los cinco o siete individuos que deben formar la junta de Gobierno provisorio, que administrará en su transitorio periodo, estrictamente sujeto a la Constitución; y sólo tendrá facultades extraordinarias para ajustar y firmar la paz con Chile y para alterar la ley de elecciones, a fin de que el nuevo Congreso se reúna en el menor tiempo posible, y sea, como el presidente y vicepresidentes, la genuina expresión de la voluntad nacional, y que no tengan cabida en las elecciones populares las dualidades, los fraudes y los escándalos que hasta aquí lo han viciado todo.

  En los considerandos de la primera acta debe consignarse, más o menos, lo siguiente:

1.  Que el gobierno constitucional se interrumpió por la fuga al extranjero del Presidente de la República, por la notoria enfermedad del primer vicepresidente, la ausencia en Europa del segundo vicepresidente, y la falta de confianza que en tan críticos momentos inspiró al país, para su defensa, el incompleto gabinete que entonces representaba al Poder Ejecutivo de la Nación;

2.  Que la dictadura que sucedió al Gobierno constitucional el 21 de diciembre de 1879, no tuvo ni podía tener otra misión que la de organizar y aprovechar los elementos del país hasta darnos el triunfo en la guerra con Chile;

3.  Que habiendo dicha guerra terminado desgraciadamente con el triunfo de las armas chilenas en los combates de Chorrillos y Miraflores, ha cesado la razón de ser de dicha dictadura, cuya prolongación por más tiempo sería desastrosa para el país y le llevaría, sin duda, hasta la pérdida de su autonomía; y

4.  El pueblo de Lima, capital de la República del Perú, en uso de sus más sagrados e inalienables derechos, desconoce desde esta fecha en adelante la dictadura del señor don Nicolás de Piérola, y asume su soberanía para deliberar como sigue, etc.

Fuente: Ahumada, Pascual. 1982. Guerra del Pacífico. Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello, Tomo V, páginas 273-274.

 

Artículos relacionados

Antecedentes de la guerra con Chile

Chile declara guerra de robo, terrorismo y asesinato al Perú, 5 de abril de 1879

Sirvientes de Chile honran al asesino chileno de teniente del monitor Huáscar Jorge Velarde

Más inversiones chilenas en el Perú para espiarnos

Lan al servicio del espionaje militar chileno

Advierten sobre penetración parasitaria chilena en puertos peruanos

Empresas chilenas en el Perú destruyen empleo

Chile confirma que Perú le cede territorio en Tacna

Tacneños confirman que Ollanta Humala y militares ceden territorio peruano a Chile

Lumpen periférico: Chile al acecho

Chilenos corrigen feo a Ollanta Humala, pese a mostrarse adulón y ofrecer nuestro gas

Chile todavía codicia el gas peruano

Chilenos con el agua de Tacna y Puno en la mira

Estado chileno adquiere más tierra en el Perú