jurado la hayaPor  Hernán A. Couturier Mariátegui

Dicen que todo depende del cristal con que se mire. Y la verdad es que un fallo tan complejo en sus consideraciones, motivaciones y justificaciones, aunque  palmariamente sencillo en su mandato, da para cortar mucha tela; desde quienes afirman que se perdió en lo medular de la demanda jurídica, hasta quienes sostienen que la decisión de la CIJ de La Haya ha satisfecho lo esencial de nuestras expectativas en materia de delimitación y reivindicación marítima, aunque para no  pocos "el Perú ganó pero Tacna perdió".


Sin embargo, un análisis ponderado exige examinar otros factores. Luego del fiasco ocurrido con la sentencia  de la CIJ sobre el diferendo entre Colombia y Nicaragua, se debe tener presente la preocupación de la Corte por asegurar que en el  caso peruano-chileno no se repitiese el estropicio, a cuyo fin le era esencial hallar la  forma equilibrada que, siendo de “puro derecho”, hiciese posible que ambas partes, pero en especial los chilenos, acataran un arreglo difícil sin patear el tablero.  

 No defiendo las cuestionables consideraciones jurídicas de los jueces de la CIJ, quienes se vieron forzados a "innovar" derecho  para darle una precaria justificación a su sentencia,  como, por ejemplo, invocar el "límite biológico" para sustentar el paralelo de las 80 millas o mencionar que entre las partes existía un "convenio tácito" sobre el uso del  paralelo como límite marítimo, algo que no se le había ocurrido mencionar a ninguno de los dos, o que es dable un término de frontera terrestre disociado del inicio del  límite marítimo, sin meditar en sus consecuencias a pesar del incordio ya existente entre las partes a este respecto.
 
Por estas y otras razones, este fallo formal va a ser recordado en los anales de la CIJ como uno de los más incoherentes, de los muchos que ha emitido a lo largo de  ya 100 años de existencia, si sumamos la ejecutoria de la Corte que la precedió. No obstante, la vasta experiencia acumulada por los 15 jueces ha hecho posible una suerte de arreglo judicial que enmienda la injusta delimitación de facto anterior a la sentencia y distribuye equitativamente la zona marítima en disputa, a pesar de haberle dado la razón a Chile en buena parte de las cuestiones planteadas.

En efecto, a pesar de sus falencias y precariedad argumental, el fallo ha reivindicado al Perú más de la mitad del triángulo interior y la totalidad del triángulo exterior, sumando 50 mil kilómetros cuadrados de dominio marítimo, con sus recursos vivos y no vivos, columna de agua, fondos marinos, mejor proyección oceánica, nueva posición  estratégica, etc. ¿Y a costa de quién? Nada menos que del país que se  precia  no sólo de no haber perdido territorio  (a pesar que durante la Guerra del Pacífico cedieron la Patagonia a la Argentina -más de 800,000 kms2), sino  también de haberlo acrecentado por la fuerza de la sinrazón y la conquista.

 Si, pues, es la primera vez que Chile debe ceder territorio desde el siglo XIX como resultado de la aplicación de un arreglo pacífico de controversias, conforme lo  establece el artículo 33 de la Carta de las Naciones Unidas, aunque no podemos ignorar, por supuesto,  la recuperación pacífica y negociada de Tarata y Tacna, luego  de casi 50 años de ocupación ilegal, violando todos los compromisos contraídos. No es poca cosa si consideramos, además, que con esto, espero, habremos de  terminar y saldar las últimas secuelas de la Guerra del Pacífico, 130 años más tarde.

Soy de quienes creen que nuestra Nación necesita exorcizar su pasado y reivindicar su autoestima frente a Chile, a fin de iniciar una relación de respeto mutuo, renovada, igualitaria y madura. Y pienso que este fallo, con todos sus defectos, puede contribuir al logro de este cometido. Un poco como lo que experimentaron nuestros hermanos ecuatorianos con la victoria del Cenepa y la obtención de Tiwinza. Y no me arredro en expresar que este fallo es la Tiwinza del Perú.

Aunque todo depende de cómo Chile habrá de acometer el cumplimiento y ejecución de la sentencia de la Corte, y hasta ahora los indicios que vienen de Santiago no son nada alentadores para generar confianza, es eventualmente posible que en el futuro la relación sea más equitativa, de mayor profundidad y con un evidente futuro compartido. Sin amistad, por supuesto, ya que Chile no ha querido explicar los excesos cometidos en la Guerra del Pacífico ni iniciar un proceso de reconciliación, y aún no devuelve los bienes culturales y documentales que sustrajo ilegalmente del nuestro país,  pero si con  intereses comunes y en procura de una comunidad de mutuo respeto y beneficios.

Lo que está en juego como resultado de la sentencia sobrepasa largamente el recurso ictiológico y la llamada costa seca de Tacna, que en realidad no lo es tanto dentro de una perspectiva moderna de desarrollo, y porque la pretensión chilena sobre el triángulo terrestre de 3.5 hectáreas no debe ser aceptada por ningún motivo, pues la aplicación y el respeto a lo dispuesto por el Tratado de Lima de 1929 y las actas demarcatorias de 1930 nos dan plenamente la razón. En este sentido, no hay que trepidar en recurrir al arbitraje del Presidente de los EE.UU., como lo dispone dicho Tratado, de ser el caso.
 
Igualmente, la inaceptable pretensión chilena de exigir la modificación de nuestra Constitución para derogar el concepto del dominio marítimo es propia de la soberbia y supuesta superioridad de nuestros vecinos, al igual que lo es la demanda de que adhiramos a la Convención del Derecho del Mar de 1982, como condición previa para su cumplimiento del fallo de la Corte del 27 de enero. Resulta claro que el propósito de estos inusuales requerimientos no es que accedamos a ellos, pues lo que realmente persiguen es provocar un impasse que dilate la ejecución de la sentencia.  


Más allá de cómo se desarrollen los acontecimientos a instancias de la conducta que observen los gobiernos chilenos, es evidente que el Estado y el sector privado tienen la enorme responsabilidad de compensar a Tacna el nuevo sacrificio al que las circunstancias actuales lo han llevado, mediante la ingente inversión de recursos y el desarrollo de industrias pesqueras, agrícolas y petroquímicas,  así como la culminación de la interconexión vial con Bolivia y el Brasil, pues Tacna habrá de ser el epicentro de la gran integración que, tarde o temprano, se dará entre el Perú, Bolivia y Chile, con inconmensurables beneficios para su población y la Macro Sur del Perú.

En definitiva, todo indica que hay que darle tiempo al tiempo y que, por ningún motivo, hay que caer en provocaciones no tan embozadas. Primero habrá que ejecutar el fallo, tarea que no  será sencilla con chilenos dolidos por la pérdida de territorio. Luego veremos cómo le sacamos el mayor provecho posible a la nueva frontera marítima que nos ha concedido el fallo, en términos de recursos minerales e hidrocarburos, pesca de altura para consumo humano, tráfico marítimo, marina mercante, mega puerto regional, industria petroquímica, venta de excedentes energéticos, nuevas fuentes y generación de energía, etc.

Dentro de esta perspectiva de signo positivo el cielo podría ser el límite.

Confiemos que, por ahora, podamos conjurar  la usual prepotencia belicista y lograr se ejecute la delimitación marítima con nuestro vecino, demostrado que el dividendo de la paz, con una potencial integración de gran envergadura que recién comienza, es mucho más benéfico que armarse hasta los dientes, con equipos que dentro de poco habrán de ser chatarra, pero que mientras tanto exhiben la malsana tentación de ser usados, aunque estamos seguros que un diligente miembro no permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas lo pensará dos veces antes de violentar la Carta que le dio origen.