por Raúl Allain
Sublimar un texto, ya sea poético o no, con estética y significaciones ingeniosas, es menester de todos los que abordamos al oficio de escribir. En uno de los caminos, podríamos recurrir al uso de los olvidados adjetivos poéticos y a una versión remozada de éstos. En su mayoría, los podemos identificar por sus terminaciones más comunes: -reo(a) de pertenecer, -vago(a) de vagar —errantismo, imprecisión—, -fero(a) de llevar, -fugo(a) de huir, -fluo(a) de fluir, destilar y -voro(a)de comer; para ejemplificar citaremos el término “lucífero” que significa “resplandeciente”. Muy aparte de poseer una musicalidad muy agradable y un marcado concepto poético, tanto la terminación correspondiente como las demás se prestan para poner a prueba nuestra imaginación y constituir nuevos términos que enriquezcan el panorama de los textos y rescaten del abismo del desuso a los adjetivos poéticos. Y así como alguna vez la locución “límpido” fue un artificio esgrimido por algún innovador, podemos diseñar nuestras propias palabras. Al hacer esto, estaríamos cumpliendo una de las funciones requeridas por muchos escritores: crear palabras cuando las que se tienen al alcance no sirven para trasmitir lo que se siente. Ellos vislumbran en estas construcciones, un camino aun más fructífero tanto para la poesía como para todas las expresiones literarias.