Es legítima la resistencia ante el tirano
“Si nadie nos tiene que mandar, ¿a qué esperamos?”. Orwell
Por José Carlos García Fajardo
En un mundo que por el prodigio de las comunicaciones se ha hecho abarcable, ya no se pueden escamotear las tropelías cometidas por los poderosos en la ejecución de sus designios de conquista y de dominio.
El auténtico progreso se asienta en la justicia social. Cualquier crecimiento económico, amparado en la fuerza de las armas, el control de las fuentes de riqueza y de sus canales de distribución, será causa de sufrimiento e infelicidad para la inmensa mayoría de la humanidad.
“Si nadie nos tiene que mandar, ¿a qué esperamos?”. Orwell
Por José Carlos García Fajardo
En un mundo que por el prodigio de las comunicaciones se ha hecho abarcable, ya no se pueden escamotear las tropelías cometidas por los poderosos en la ejecución de sus designios de conquista y de dominio.
El auténtico progreso se asienta en la justicia social. Cualquier crecimiento económico, amparado en la fuerza de las armas, el control de las fuentes de riqueza y de sus canales de distribución, será causa de sufrimiento e infelicidad para la inmensa mayoría de la humanidad.
Durante siglos, los Imperios actuaron apoyados en el miedo y en la represión de todo lo que supusiera obstáculo para sus pretensiones hegemónicas apoyadas en un etnocentrismo religioso, cultural o económico. Hoy, la tiranía ideológica del pensamiento único, expresada en la vacuidad de la nueva economía, hizo creer a algunos que “fuera de ésta no había salvación”. Entendiendo por salvación, no la plenitud personal de los ciudadanos, sino el sometimiento a un modelo de desarrollo impuesto por oscuros poderes.
La política nacional, y aún la que relacionaba a los estados entre sí, fue ignorada por los intereses económicos y financieros que actuaron como corrosivos amparados en el miedo a lo desconocido.
El poder del llamado Segundo Mundo, cuyo eje se situaba en Moscú y en sus epígonos del socialismo real, sirvió de pretexto para justificar una carrera armamentista como pilar del modelo de desarrollo occidental propuesto como paradigma universal. El miedo fue factor de integración política ya que no social.
Después de la desintegración de la URSS, y desaparecidos los focos comunistas que sirvieron para tratar de justificar dictaduras atroces en Latinoamérica, África y Asia, se hizo necesario crear nuevos fantasmas para alancearlos en nombre del orden establecido que exigía súbditos en lugar de ciudadanos.
Más de 40 conflictos, que produjeron millones de víctimas civiles, se han sucedido después de la Segunda Guerra mundial y actualmente existen más de treinta de los que sólo tres pueden calificarse de internacionales: Palestina-Israel, Irak y la guerra en Afganistán.
Ante nuestros ojos se suceden bombardeos y razias cuyo paradigma son los “asesinatos selectivos” en Palestina y el exterminio de poblaciones civiles en Oriente Medio y Asia Central con el único objeto de garantizar el control de las reservas de recursos energéticos por parte de las potencias que actúan bajo el oligopolio de esa oscura plutocracia.
La osadía ha llegado a extremos inverosímiles. Se han conculcado los derechos fundamentales, la seguridad jurídica, las libertades y la soberanía de los pueblos pretextando una falsa guerra ideológica cuando sólo se trata de una política de conquista y de dominio.
Caído en ridículo el “fin de la historia” y desautorizado el “conflicto de civilizaciones”, se ha levantado el espantajo del terrorismo universal como emanado de una mente diabólica. Pretenden personalizarlo en Bin Laden, o en los dirigentes de Irak, Libia, Somalia o Sudán. Se siente el dolor de la deshumanización y de la pérdida de referencias al haberse suprimido las reglas del juego internacional y social.
Un enorme malestar recorre un mundo asfixiado en la miseria, la explotación y el desarraigo, pues pretenden arrancarles hasta sus señas de identidad con el pretexto de no estar desarrollados, ni civilizados ni someterse a los designios de su poder. Pero con los pies de barro porque se apoya en la industria de la guerra y en una producción desenfrenada que exige destrozar las economías de los pueblos empobrecidos para asegurarse sus recursos y acudir cínicamente, después, con programas de reconstrucción y desarrollo.
Se dice impunemente que la primera víctima de una guerra es la verdad. Para ello se ha establecido el control de los medios de comunicación mediante la intoxicación y el chantaje. La mayor parte de la humanidad recibe una información sesgada, cuando no manifiestamente falsa. Se hace creer que las guerras son inevitables, siempre en respuesta a agresiones del enemigo que se han inventado y que, las más de las veces, no es sino la expresión del grito de los oprimidos que no aciertan a emigrar en masa hacia las tierras de sus vampirizadores.
La guerra manifiesta una falta de imaginación incapaz de aportar alternativas apoyadas en la justicia, libertad y solidaridad.
No es posible que todo esté perdido, no es posible que prevalezca la fuerza bruta sobre la razón y la cordura, no es posible que las conquistas de una humanidad en marcha queden a los pies de los caballos de fanáticos que pretenden monopolizar el orden natural de los pueblos.
Porque ahora sí que corremos peligro de que la catástrofe no alumbre un orden nuevo sino que destruya las legítimas esperanzas de la humanidad. Porque siempre será legítima la rebelión contra el tirano, aunque este se oculte bajo el tabú de los “mercados financieros”.
*Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS
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La política nacional, y aún la que relacionaba a los estados entre sí, fue ignorada por los intereses económicos y financieros que actuaron como corrosivos amparados en el miedo a lo desconocido.
El poder del llamado Segundo Mundo, cuyo eje se situaba en Moscú y en sus epígonos del socialismo real, sirvió de pretexto para justificar una carrera armamentista como pilar del modelo de desarrollo occidental propuesto como paradigma universal. El miedo fue factor de integración política ya que no social.
Después de la desintegración de la URSS, y desaparecidos los focos comunistas que sirvieron para tratar de justificar dictaduras atroces en Latinoamérica, África y Asia, se hizo necesario crear nuevos fantasmas para alancearlos en nombre del orden establecido que exigía súbditos en lugar de ciudadanos.
Más de 40 conflictos, que produjeron millones de víctimas civiles, se han sucedido después de la Segunda Guerra mundial y actualmente existen más de treinta de los que sólo tres pueden calificarse de internacionales: Palestina-Israel, Irak y la guerra en Afganistán.
Ante nuestros ojos se suceden bombardeos y razias cuyo paradigma son los “asesinatos selectivos” en Palestina y el exterminio de poblaciones civiles en Oriente Medio y Asia Central con el único objeto de garantizar el control de las reservas de recursos energéticos por parte de las potencias que actúan bajo el oligopolio de esa oscura plutocracia.
La osadía ha llegado a extremos inverosímiles. Se han conculcado los derechos fundamentales, la seguridad jurídica, las libertades y la soberanía de los pueblos pretextando una falsa guerra ideológica cuando sólo se trata de una política de conquista y de dominio.
Caído en ridículo el “fin de la historia” y desautorizado el “conflicto de civilizaciones”, se ha levantado el espantajo del terrorismo universal como emanado de una mente diabólica. Pretenden personalizarlo en Bin Laden, o en los dirigentes de Irak, Libia, Somalia o Sudán. Se siente el dolor de la deshumanización y de la pérdida de referencias al haberse suprimido las reglas del juego internacional y social.
Un enorme malestar recorre un mundo asfixiado en la miseria, la explotación y el desarraigo, pues pretenden arrancarles hasta sus señas de identidad con el pretexto de no estar desarrollados, ni civilizados ni someterse a los designios de su poder. Pero con los pies de barro porque se apoya en la industria de la guerra y en una producción desenfrenada que exige destrozar las economías de los pueblos empobrecidos para asegurarse sus recursos y acudir cínicamente, después, con programas de reconstrucción y desarrollo.
Se dice impunemente que la primera víctima de una guerra es la verdad. Para ello se ha establecido el control de los medios de comunicación mediante la intoxicación y el chantaje. La mayor parte de la humanidad recibe una información sesgada, cuando no manifiestamente falsa. Se hace creer que las guerras son inevitables, siempre en respuesta a agresiones del enemigo que se han inventado y que, las más de las veces, no es sino la expresión del grito de los oprimidos que no aciertan a emigrar en masa hacia las tierras de sus vampirizadores.
La guerra manifiesta una falta de imaginación incapaz de aportar alternativas apoyadas en la justicia, libertad y solidaridad.
No es posible que todo esté perdido, no es posible que prevalezca la fuerza bruta sobre la razón y la cordura, no es posible que las conquistas de una humanidad en marcha queden a los pies de los caballos de fanáticos que pretenden monopolizar el orden natural de los pueblos.
Porque ahora sí que corremos peligro de que la catástrofe no alumbre un orden nuevo sino que destruya las legítimas esperanzas de la humanidad. Porque siempre será legítima la rebelión contra el tirano, aunque este se oculte bajo el tabú de los “mercados financieros”.
*Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS
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