Miguel Ángel Rodríguez Mackay
Era previsible que el resultado del digitado referéndum en Crimea sería su inmediata anexión a Rusia. Moscú aprovechó la crisis interna que derrocó a Yanukóvich, pues con ello perdió control sobre Kiev, la capital ucraniana y sede del poder nacional, para rápidamente decidir mover sus fichas invadiendo la península con cerca de 25 mil soldados y utilizando todos sus recursos e influencias, promovió una consulta popular que a todas luces ha resultado invalidada por el derecho internacional, pues se ha realizado con fuerzas de ocupación atentando contra el principio de independencia y de autonomía de los pueblos para decidir sin ninguna injerencia el destino nacional; sin embargo, lo real y concreto es que la separación de Ucrania se ha consumado e incluso luego de autoproclamar su independencia, Crimea ha firmado un tratado bilateral con Rusia sellando su anexión a este país.
Mientras tanto, la comunidad internacional en bloque no se ha detenido en calificarla de ilegal e incluso, ya mismo promovidos por Estados Unidos, el otro actor directamente interesado, se reunirá el G7 –ya no más el G8 donde el octavo era precisamente Rusia- y ¿para qué? Pues, evidentemente, no van a decidir medidas coactivas o del uso de la fuerza sobre Moscú primero porque no tienen esa facultad que está reservada única y exclusivamente al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que por cierto hasta ahora no ve en sus sucesivas reuniones una luz al final del túnel, y segundo porque el derecho internacional de hoy no se parece en nada al del pasado.
Antes la guerra lo solucionaba todo. Hoy existen medidas unilaterales o colectivas que pueden hacer doblegar a cualquiera. En efecto, lo que seguramente va a decidir el G7 es establecer un conjunto de sanciones sobre Rusia que, indudablemente, superará a las que Washington acaba de imponer a siete altos funcionarios moscovitas y cuatro crimeos prorrusos, como son la congelación de sus bienes raíces en Estados Unidos y la cancelación de su calidades migratorias a este país.
El asunto alcanza un nivel mayor de polarización, en donde Ucrania podría licuarse en una guerra civil articulada desde afuera por los actores ya conocidos: Estados Unidos y Rusia. Kiev se ha puesto en su cuatro y luego de calificar de ilegal el referéndum y desconocer la anexión de Crimea a Rusia, va a adoptar una actitud militarizada y tiene como hacerlo. No olvidemos que luego de Moscú, es la segunda fuerza militar de la región.
En la otra orilla, Moscú no va a retirar a sus soldados de Crimea porque la península ya es parte de Rusia, y entonces lo que se viene en adelante es medir la capacidad de soporte que pueda tener Rusia respecto de la avalancha de sanciones que le pueda sobrevenir. No le será fácil, pues su nivel de dependencia económica ha sido desde el final de la guerra fría letal, por ejemplo, más del 60% de lo que consume este país lo importa de la Unión Europea y aun cuando el viejo continente recibe el gas que viene del sur de Rusia, tiene otras vías para agenciarse en lo inmediato.
La situación también es más complicada para el propio presidente Obama. El fracaso de su política exterior respecto de Siria, habiendo sido desarticulada su intención de atacarla, primero desde el propio frente interno y luego, precisamente por Moscú y el Consejo de Seguridad en la mesa, lo coloca en una situación complicada por lo que tendrá que poner a prueba su poder para sostener a Kiev en su firme decisión de no doblegar ante el nuevo escenario creado por Moscú, lo que nos advierte un escenario de conflicto interno que será medido desde afuera.
Correo, 22.03.2014