Por Alejandro Sánchez-Aizcorbe
México, Honduras, Colombia, Irak, Libia, Siria, Yemen, Egipto, Líbano, Francia, el conflicto israelí-palestino, el sangrado de África, el asesinato de pacifistas kurdos y turcos, la migración forzada de millones de seres humanos como consecuencia directa de la guerra perpetua —convertida en un modo de vida y en componente esencial de la economía globalizada—.
Calentamiento global, democracias decadentes, plutocracias, genocidio económico mediante medidas de austeridad aplicables a los ya pobres, revitalización del nazismo y del fascismo, tráfico y prostitución de niños, mujeres y hombres, universalización del terrorismo como técnica política y otros fenómenos aberrantes configuran un escenario de holocausto permanente.
El arte y la ciencia no escapan a la amenaza generalizada contra la libertad de expresión e investigación.
El presente y el futuro de la humanidad corren peligro debido a decisiones irracionales basadas en una premisa falsa: el crecimiento eterno del consumo en un planeta finito y en un universo inestable.
Los actuales capitanes de la industria y las finanzas son tan conscientes de los límites e inseguridad de nuestro planeta y del universo que resultan víctimas de alucinaciones: la minería en Marte será como extraer minerales del Perú, del México y de la Bolivia coloniales.
Jugar a ser Dios es el común denominador de todas las dictaduras. Perls escribió que Einstein no estaba seguro de la existencia de un universo infinito pero que estaba convencido de la existencia de la estupidez humana.