Francisco Herranz
Madrid, 27 abr (Sputnik).- La Casa Blanca ha agitado el avispero de Oriente Medio al reconocer el genocidio armenio, ocurrido hace más de un siglo en el este de Turquía.
El pasado sábado 24 de abril, Joe Biden se convirtió en el primer presidente de Estados Unidos que oficialmente calificaba como genocidio el asesinato masivo y sistemático, y la limpieza étnica, de más de un millón de armenios que empezó hace 106 años, precisamente ese día de abril, durante la Primera Guerra Mundial y bajo la dirección del difunto Imperio Otomano y su partido gobernante, el Comité de Unión y Progreso.
Ningún Gobierno de Ankara ha admitido hasta la fecha el crimen cometido en el pasado y los principales partidos turcos, a excepción de dos formaciones de izquierdas, el Partido Democrático de los Pueblos y el Partido Izquierda Verde, mantienen su apoyo a esa tajante negación. Durante todos estos años, los líderes otomanos y turcos argumentaron que la deportación masiva de la población armenia estaba justificada por razones de seguridad nacional.
En una declaración para recordar la matanza, Biden escribió lo siguiente: "Cada año, en este día, recordamos las vidas de todos los que murieron en el genocidio armenio de la era otomana y volvemos a comprometernos a evitar que esta atrocidad vuelva a ocurrir".
EEUU se suma así a una tendencia creciente en el panorama internacional. El presidente estadounidense Ronald Reagan había citado de paso el genocidio armenio durante un discurso sobre el Holocausto pronunciado en 1981, pero nunca se pronunció oficialmente sobre ello. Ni él ni sus sucesores. Hasta ahora. Es cierto que, durante la campaña electoral, Barack Obama había prometido a sus compatriotas de origen armenio que daría ese paso, pero luego no cumplió su compromiso. Y en 2019, las dos cámaras del Congreso admitieron los terribles hechos, pese a los esfuerzos en contra de Donald Trump.
Hasta 2020, los parlamentos y gobiernos de 32 Estados han reconocido el genocidio armenio; en Latinoamérica la lista incluye a Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay y Venezuela.
¿Y QUÉ DICE LA HISTORIA AL RESPECTO?
A finales del siglo XIX los dos millones de armenios, principalmente cristianos, que vivían dentro de las fronteras del vasto Imperio Otomano, de mayoría musulmana, empezaron a afirmar sus aspiraciones nacionalistas. La represión a manos de tropas irregulares, mayoritariamente kurdas, condujo a la muerte de decenas de miles de armenios en el este de Anatolia, ahora este de Turquía, entre 1894 y 1896.
Fueron las masacres hamidianas, llamadas así por el sultán Abdul Hamid II, quien entonces dirigía los designios otomanos. Unos 6.000 armenios más fueron asesinados en Estambul en agosto de 1896 en los pogromos desatados después de que un grupo de revolucionarios armenios tomara por la fuerza el Banco Otomano para denunciar las matanzas previas.
Tras estallar la Primera Guerra Mundial, y mientras los otomanos combatían a los rusos en el frente del este de Anatolia, muchos armenios formaron grupos partisanos que ayudaron a las tropas zaristas.
El 24 de abril de 1915, el Imperio Otomano arrestó y ejecutó a cientos de intelectuales armenios. En mayo de ese mismo año, los comandantes otomanos comenzaron a deportar de forma masiva a los que habitaban el este de Armenia. Miles de ellos marcharon hacia el sur, rumbo a las actuales Siria e Irak. Fuentes afirman que 1,5 millones murieron en masacres indiscriminadas o víctimas del cansancio y el hambre en el desierto.
Después del colapso del Imperio Otomano, habiendo perdido la guerra, sobre sus cenizas se creó en 1923 la actual República de Turquía, cuyas autoridades siempre han rechazado que aquellos impresionantes sucesos fueran una campaña sistemática para aniquilar a los armenios. Atatürk y sus sucesores afirmaron que turcos y armenios cayeron en una espiral de violencia interétnica.
Tratando de enterrar un siglo de odios y rencores mutuos, Turquía y Armenia firmaron un acuerdo de paz en octubre de 2009, que establecía la creación de una comisión de expertos internacionales para investigar los hechos de 1915. Ambos Estados establecieron relaciones diplomáticas y la posibilidad de reabrir la frontera, cerrada desde los años 90 del siglo XX. Pero el pacto nunca fue ratificado por los respectivos parlamentos y Armenia lo canceló formalmente en marzo de 2018.
El año pasado, Ankara apoyó sin fisuras a Azerbaiyán en su guerra de seis semanas contra Armenia por el control del enclave de Nagorno Karabaj, de mayoría armenia pero situado en territorio azerbaiyano. Las fuerzas azeríes recapturaron el terreno que perdieron décadas atrás.
REACCIÓN A LAS PALABRAS DE BIDEN
Las reacciones a la declaración de Biden dentro de Estados Unidos fueron numerosas, pero especialmente en Turquía. El primer ministro turco respondió con furia. Recep Tayyip Erdogan calificó los comentarios de "infundados, injustos y contrarios a la realidad" y advirtió de su "impacto destructor" en las relaciones entre ambos países.
El reconocimiento del genocidio por Washington ha activado un interesante debate sobre la verdadera responsabilidad que pesa sobre los Estados por las brutalidades cometidas en el pasado. Algunos consideran que acusar a la moderna Turquía de los crímenes otomanos es tan ridículo como acusar a la moderna Italia de las atrocidades perpetradas por el Imperio Romano hace dos milenios. Otros sugieren que fueron los armenios quieren empezaron el conflicto y que los otomanos respondieron a un levantamiento potencial y amenazador. Muchos turcos insisten en que, antes de la matanza, cientos de miles de musulmanes fueron mutilados por bandas armenias organizadas.
Mirar hacia atrás en términos históricos plantea interesantes preguntas. ¿Acaso no fue un genocidio lo que sufrieron los indios americanos? ¿O los vietnamitas? ¿O los habitantes de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki? No es casual que este argumento fuera esgrimido por el propio Erdogan en su respuesta al presidente estadounidense. "Si usted [Biden] habla de genocidio, debe mirarse al espejo. También podemos hablar de lo que sucedió a los nativos americanos, a los negros y en Vietnam", dijo.
Las implicaciones geopolíticas resultan evidentes. Las fricciones entre los dos aliados de la OTAN podrían pasar a un nuevo estadio con importantes derivadas, no sólo para toda la región de Oriente Medio (Siria, Líbano, Irán), sino también para Rusia. Pero es muy posible que la tormenta amaine pronto porque, como sostiene Soner Cagaptay, investigador principal del Instituto de Washington para la Política de Oriente Próximo, "por primera vez en muchos años, Erdogan necesita a Estados Unidos más de lo que Washington lo necesita a él". (Sputnik)
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