Luis Rivas
 
Moscú, 18 jun. (Sputnik).- El responsable de la diplomacia europea ha encontrado un remedio para forzar a Rusia a cumplir con las normas y deseos del ente comunitario. Josep Borrell y sus consejeros definen la "nueva doctrina" hacia Rusia con tres verbos: responder, constreñir y dialogar. Tres infinitivos, si tomamos la traducción más moderada al español, que serán los pilares para redefinir las relaciones entre Bruselas y Moscú.
 
 

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En el documento, que será estudiado por los jefes de gobierno comunitarios el 24 y 25 , se busca "limitar los recursos de los que el gobierno ruso pueda disponer para llevar a cabo su perturbadora política extranjera", definir de una manera más eficaz "las actividades criminales provenientes de Rusia o "intensificar la lucha contra la corrupción y el blanqueo de dinero, insistiendo especialmente en la transparencia de los flujos financieros hacia Rusia".
 
EL ARSENAL ECONÓMICO-FINANCIERO
 
Medidas coercitivas que Borrell espera que "lleven a un diálogo fructífero con Moscú". Y para ello, nada como cercenar las relaciones comerciales de la UE con Rusia. Se utilizan para ellos las habituales estadísticas: "el 75% de las inversiones directas en Rusia provienen de empresas europeas". "Rusia depende de las exportaciones de gas a Europa".
 
Al tiempo que se propone cortar las relaciones comerciales libres entre cada uno de los 27 y Rusia, en una generosa apertura, la UE propugna mantener la cooperación en asuntos como "el combate a la pandemia de la Covid-19, el cambio climático u Oriente Medio".
 
Y, como postre, la especialidad de la casa. El jefe de las relaciones exteriores de la Unión apuesta por "crear fuertes lazos con la sociedad civil rusa y los defensores de los derechos humanos".
 
Pero, ¿de verdad cree Borrell que las sociedades privadas europeas van a romper sus contratos en Rusia en aplicación de una nueva doctrina política? El propio presidente norteamericano ha decidido levantar las sanciones a las empresas que participan el en Nord Stream 2, que algunos gobiernos europeos pretenden cancelar. Si el poderoso aliado transatlántico, recibido con toda la pompa y mansedumbre en Bruselas —desde de la UE y de la OTAN— acepta el controvertido gasoducto, nadie en Europa va a poder forzar a Alemania a renunciar al proyecto.
 
Borrel debería haber comprendido que el primer invitado europeo a la Casa Blanca, tras la visita de Biden a Europa, será Angela Merkel, y no Ursula Von der Leyen, ni Charles Michel, el binomio dirigente comunitarito conocido especialmente por pelearse por un sillón en sus visitas oficiales.
 
AUTOPROCLAMADA AUTORIDAD MORAL GLOBAL
 
El informe Borrell reconoce la necesidad de cooperar con Rusia en algunos aspectos, pero vuelva a insistir sobre el aspecto de ONG que define a ciertas mentalidades del ente comunitario. El recurso al respeto a los derechos humanos es la bandera que la UE blande como autoproclamada autoridad moral global; el territorio de libre comercio europeo adora travestirse en juez político sobre asuntos de terceros países. Crimea fue un detonante para la aplicación de sanciones que, ahora, Borrell reconoce inefectivas. El "asunto Navalni" protagonizó une encuentro de Borrell en Moscú que desembocó en una humillante comparecencia de Borrell ante Serguei Lavrov. Bieolorrusia, la ciberguerra o "la batalla de la desinformación" son ingredientes ya obligados en esa ensalada acusatoria hacia Moscú.
 
El argumento de los derechos humanos —independientemente de su interpretación— cae por su propio peso cuando se evidencia el diferente trato hacia Rusia y hacia otros países con los que la UE no quiere perder negocios o influencia.
 
Borrell, que fue un correcto presidente del Parlamento Europeo y un excelente rebatidor de las falsas tesis de sus paisanos independentistas en Cataluña, sabe que su papel como jefe de la ONG supraeuropea no tiene mucho juego. Él mismo reconoce que el problema de las relaciones UE-Rusia es la falta de consenso entre los 27. A nadie debería extrañarle que Varsovia y las capitales bálticas no tengan la misma actitud hacia Moscú que Atenas, Budapest o Madrid. Y, entre los 27, pocos —o ninguno— están dispuestos a obligar a sus emprendedores en Rusia que abandonen todas sus inversiones y vuelvan a casa.
 
La Unión Europea se ve ante una nueva prueba para medir su cohesión. La nueva doctrina rusa de Josep Borrell ha dejado ya perplejas a algunas capitales comunitarias, antes de ser presentada en la "cumbre" europea. Quizá hubiera sido mejor mantenerla en secreto para evitar ruborizar de nuevo en público a su alto representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. (Sputnik)