Por Wilfredo Pérez Ruiz (*)
Desde hace algún tiempo deseaba escribir sobre la importancia de evaluar la composición mental de los individuos. Al escuchar hace unos días en un programa de televisión a mi dilecta colega Rosa Cifuentes Castañeda, una renombrada consultora en inteligencia emocional y escritora, entendí que este asunto es más apremiante de lo imaginado.
Vivimos eras colmadas de tensiones y definidas por la escasa capacidad de introspección y crítica del ser humano. Estas son épocas en donde la tecnología, al alcance de todos nosotros, influye en la disminución de nuestra preparación para interactuar, comunicarnos, convivir e impulsar nuestra sociabilidad.
Estamos tan aturdidos y, además, resignados a aceptar las características anímicas y psíquicas de nuestros semejantes -como si fueran habituales- que evadimos enfrentar la trascendencia de su estructura psicológica. Por estas consideraciones, compartiré con usted mis desordenadas deliberaciones de manera directa.
El “peritaje psicológico” es una herramienta que podría implementarse con mayor amplitud a fin de realizar, mediante entrevistas y test, una exhaustiva exploración, evaluación y diagnóstico de las relaciones, actitudes, pautas de interacción, matices de la personalidad, raciocinio, aptitudes y otros ámbitos del sujeto.
Es imprescindible persuadir de su invalorable aporte para conocer con mayor rigurosidad los perfiles de los seres con los que, por alguna razón, alternamos. A mi parecer, es vital asumir una mirada aguda acerca de esta temática, comprender sus alcances y omitir los conocidos comentarios caricaturescos comúnmente percibidos.
He oído infinidad de veces aseveraciones como “él toda la vida ha sido así”, “no lo vas a cambiar”, “ten cuidado con fulano que es medio violento, pero buena gente”, “así es ella, algo rara y nada más”. Simplistas calificaciones para justificar prefijadas formas de proceder que rehusamos examinar y, por lo tanto, alertar sus probables consecuencias. Detrás de supuestas peculiaridades pueden concurrir reales “bombas de tiempo” en nuestros prójimos. No subestimemos lo que ésta realidad implica.
Cuando miro a quienes van a ser padres por primera vez en reiterados momentos me he preguntado en la intimidad de mis reflexiones: ¿Cómo pueden traer un hijo al mundo quienes están inmersos en traumas, heridas abiertas y acontecimientos emocionalmente dañinos?
En lugar de tantos domésticos preparativos para el baby shower o el nombre del futuro primogénito, convendría conocer, procesar y calcular sobre las posibles cargas negativas que afectarán la formación de ese nuevo ser. Sin embargo, escucho en un sinfín de oportunidades expresiones mediocres como “nadie aprendió a ser padre” o “no seas perfeccionista”. Bien dice un acertado y antiguo enunciado: “La ignorancia ingresa, donde la prudencia se detiene”.
Concurre una visible autosuficiencia y desconocimiento al creer que cualquiera cumple los mínimos estándares psicológicos para la paternidad. Nada más inexacto. A los papás les incumbe intuir que su tarea va más allá de atender las privaciones básicas de sus descendientes y también consiste en cubrir sus requerimientos afectivos y emocionales que no siempre pueden satisfacer. Aquí empieza un nuevo círculo vicioso.
Sino logramos en el entorno familiar formar benignos seres humanos, cómo podemos ser tan ingenuos en creer que concluirán siendo óptimos en el campo laboral. Son como las ruedas de un coche, tienen que funcionar las cuatro para hacer caminar el vehículo. No puede andar con dos o tres llantas. Procuremos, como afirma mi documentada colega y experta en cuestiones de terapia gestáltica Ana Medina Mendoza: “Primero, debemos moldear buenas personas, para luego asegurar buenos profesionales. Nosotros vemos las cosas como somos y no necesariamente como son los cosas”.
Del mismo modo, existen compañías que rehúyen efectuar un “peritaje psicológico”, a sus postulantes y colaboradores, encaminado a conocer la autoestima, el temperamento, la lucidez intrapersonal, la empatía, entre otras piezas de su organización emocional y así prever su aporte al clima laboral, trato con sus demás asociados, habilidad para resolver situaciones de tensión, etc.
Con cuanta frecuencia observamos a gerentes o líderes empresariales que prescinden guardar una reacción emocional coherente con su jerarquía o adiestramiento. Lo mismo sucede con encargados de atención al cliente e incluso con docentes cuyos desempeños son altisonantes. Todo esto puede representar una pérdida económica para la institución y un deterioro en su atmósfera interna. Al respecto, insisto en la urgente exigencia de crear áreas de asesoría psicológica y/o contratar consultores que hagan un seguimiento de estos pormenores. El bienestar y la fidelidad del recurso humano siempre será el más inestimable en una entidad.
Eludamos llegar al extremo de pensar que, únicamente, el compañero de trabajo bipolar, maniacodepresivo, esquizofrénico o con trastornos constituye un peligro. El “peritaje psicológico” hace factible reconocer irrefutables predisposiciones que, sin situarse al extremo de una enfermedad psiquiátrica, merecen atención. Por ejemplo: ¿Qué hacemos cuando el hombre o mujer con el que compartimos responsabilidades muestra desconfianza, escasa autoestima, incapacidad para coordinar en equipo y pobre pericia interpersonal? ¿Cómo responder al percatarnos de un jefe manipular y desprovisto de poder debido a su baja autoestima? Y así podría seguir un listado formidable de preguntas dirigidas a tomar en cuenta esta materia en las corporaciones sin menoscabo de sus aparentes costos.
La dimensión espiritual explica nuestra biografía y avizora el camino que transitaremos en nuestras vidas. Recordemos: nada pasa por casualidad y de las experiencias más adversas e incómodas, nos corresponde obtener las sabías lecciones que ésta nos ofrece. Nuestra existencia emocional es la radiografía del alma y un puente de coexistencia e integración con el mundo.
(*) Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/