Por César Hildebrandt

El señor Martín Vizcarra, presidente de la república, nombra a César Villanueva como primer ministro. Lo que espero es que el señor Villanueva no nombre a César Acuña en ningún cargo. Espero que ni siquiera lo mencione en alguna conversación con su nuevo minis­tro de Educación. Como se sabe, el señor Acuña está muy interesado en que su imperio universitario —una fábrica de cartones— sea bendecido por la SUNEDU (con todo lo que eso implica).

Y como se sabe también, el señor Villanueva es la segunda figura de Alianza para el Progreso, el nombre del dizque partido del muy plagiario señor Acuña.

El señor Villanueva abre todas las puertas, conversa con todas las voces, escucha todos los susurros. Es un operador de la concertación. ¿De la concertación al servicio de qué? Bueno, eso es más difícil de responder.

¿Villanueva era lo que necesitá­bamos? Depende. Si queremos la permanencia de las cosas tal como están, el statu quo como tótem, la continuidad cojitranca que juega con la rodilla infiltrada, la respues­ta es sí. Villanueva garantiza que el fujimorismo no será hostil siempre y cuando se le acate. Tendremos entonces un cuasifujimorismo que nos prepare para la gran función de 2021.

La ventaja es que será un cua­sifujimorismo provinciano, nacio­nal, de todas las sangres y todas las angurrias. Eso podrá darle un aire descentralista a la inversión pero también despertará el apetito diézmico de todos los Mamanis que merodean el presupuesto público.

No creo que lo que el Perú nece­sitaba, en este momento de ruptu­ra con un episodio tan oscuro como el que acabamos de vivir, fuese un hombre como Villanueva. Reque­ríamos una personalidad que abrie­se nuevos caminos, que empujase al presidente a ser audaz sin aspavientos, a cambiar sin crear trau­mas, a entonar con la población sin necesidad de baratos populismos.

Porque se pueden hacer cosas diferentes sin desatar la hecatom­be. Se puede empujar a la mediana y pequeña empresa con una nueva política económica. Se puede ser ambientalista sin ortodoxia anti­minera. Y se tiene que combatir la corrupción de los tiburones sin to­lerar que la prensa de los tiburones nos diga cuáles son los límites de lo “políticamente co­rrecto”.

La derecha dice que nada debe cambiar porque lo que quiere es este cementerio de ideas donde el debate se reduce sólo a los detalles: cuánto les deja­mos invertir en el exterior a las AFP, cuál debe ser la política del BCR en materia de ta­sas de interés, cómo lograr más alianzas público-privadas. Ese es el menú zombi de la CONFIEP.

El nuevo primer ministro es un buen hombre tocado por la resig­nación. De él no esperemos otra cosa que la supervivencia. Es el hombre que distribuye los salvavi­das durante la tormenta. No es el que nos aleje de los malos tiempos. No está para descubrir nuevas islas sino para calmar a los pasajeros.

¿Tenía otras opciones el pre­sidente Vizcarra? Pocas, es verdad. El gran problema, en el fondo, es la pobreza del elen­co social. La polí­tica peruana, con muy pocas excep­ciones, parece ser hoy el territorio de la ignorancia, el bandidaje, la incompetencia. De la política han huido la inteligencia, la academia y hasta la bonhomía. Somos un país en crisis de “recursos humanos”. Es un proceso que viene de lejos pero que la podredumbre fujimorista agudizó. Alberto Fujimori —no lo olvidemos— convirtió la basura en su mejor aliada. Y el Perú fue un pujante vertedero.

Los mejores no quieren saber nada de la política y viven lo más lejos que pueden del poder.

Será un buen gobierno el de Vizcarra si logra por lo menos que los mejor formados, los de mayores lu­ces, empiecen a mirar al Ejecutivo y al Congreso sin asco ni desprecio.

Quizá lo que algunos esperaban —me incluyo en ese grupo— es que Vizcarra rompiera el cerco y pensa­ra en alguien que no proviniese de la política. Alguien que fuera una per­sonalidad que nada le debiera a los que nos han deshonrado tantas ve­ces. Alguien —sueño— con existen­cia propia. Alguien que, salido del conocimiento y el éxito, encarnara la legendaria frase de André Suares: “el carácter, es decir, la pasión de ser uno mismo a cualquier precio”.

 

Hildebrandt en sus trece, Lima 30-03-2018

 

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