Ni amenazas ni la sonrisa de la Monalisa
Con frecuencia vemos en la televisión imágenes de la captura de delincuentes que ante lo inevitable, ante el hecho de estar ya en manos de la policía, sueltan una frase muy común: “Perdí” o “Ya perdí”. A la mayoría se les nota entre preocupados y abatidos, y así desaparecen de la pantalla. Pero en el rostro de algunos, al retirarse cabizbajos, se nota cierta tranquilidad, un extraño brillo en los ojos e incluso un esbozo de sonrisa. A más de intentar escudriñar en los recovecos del alma humana, vale intentar una explicación de esta contradictoria actitud. Tratando de entender la cosa, se sabe que el ladrón o secuestrador, durante su detención previa a la presentación ante cámaras y en el momento mismo de ser enfocados, va pensando en el futuro: cuántos años de cárcel le esperan (no muchos si busca un buen abogado y tiene dinero) y —lo más importante— cuánto dinero ha logrado ocultar, cuyo paradero de ninguna manera revelará; esto último es lo que hace ver a los hampones el lado bueno de las cosas: saldrán después de cierto tiempo a disfrutar del bien escondido botín; por eso no pueden ocultar la sonrisa.