mefHumberto Campodonico

Definitivamente, quedó sepultado el boom de 10 años de crecimiento económico de América Latina y el Perú, sustentado por los altos precios de las materias primas. Lo interesante aquí es que no se pensaba que estas pudieran tener esos altísimos precios, pues los países desarrollados habrían entrado a la sociedad posindustrial, que implica la puesta en marcha de las tecnologías de la información y del conocimiento, que, por definición utilizan pocas materias primas.

 

Todo cambió con la industrialización del sudeste asiático desde los años 80 pero, sobre todo, con la acelerada industrialización de China desde los 90, en una inédita mezcla de rol dirigente del Estado, empresas públicas y gran despegue del sector privado. Hoy, China va en camino de ser la primera potencia económica mundial. Pero como ya casi “atrapó” a los países grandes, su tasa de crecimiento ha bajado del 11 al 7% y se espera que continúe descendiendo.

Para nuestra región el 2014 fue la confirmación de que los diferentes gobiernos no entendieron que el boom de crecimiento económico nuestro provenía de la industrialización de otros. Por tanto, que ese era el camino por seguir. No se vio, más bien no se quiso ver, que el crecimiento de Asia no era igual al nuestro: mientras ellos exportaban valor agregado, nosotros nos manteníamos en las ventajas comparativas estáticas de los recursos naturales.

Así, por ejemplo, según la UNCTAD, el Perú ocupa los últimos puestos en investigación y desarrollo y en exportación de manufacturas. Y, afirma el BID que en el ranking de países exportadores de manufacturas de alta tecnología (como % del total de exportaciones) ocupamos el puesto 19 en la región.

También en el 2014 afloró una nueva jerga económica: la “tramitología” y la “permisología”. Ambos términos aluden a lo que se considera una excesiva carga burocrática para invertir, incluyendo la legislación ambiental. La cuestión es que no se hablaba de ello en los años del boom y del piloto automático. Recién cuando se desacelera el crecimiento es que surge la preocupación.

Y, claro, la culpa recae en el Estado, que lo único que sabe es bloquear las inversiones. No existe un sentido autocrítico que admita que, en estos años de neoliberalismo, lo que se ha hecho es privilegiar las “islas de excelencia”, pero que se ha dejado de lado la educación –en todos los niveles–, la salud y el transporte. Claro, los que tienen acceso a esos servicios provistos por privados, poco se ocupan de los públicos.

Pueden verse, sin embargo, algunas señales positivas de cambio, sobre todo en el sector educación (reforma universitaria, de la carrera magisterial y de la educación primaria y secundaria) y en el impulso a los programas sociales. No sucede lo mismo con la legislación ambiental y, sobre todo, con las leyes laborales: hace más de 10 años que la Ley General del Trabajo duerme en el Congreso, mientras que se promulgan leyes sectoriales de todo tipo: tenemos una “colcha de retazos” laboral.

Lo mismo se puede decir de la mejora en la inversión pública en todos los niveles: gobierno central, gobiernos regionales y gobiernos locales. Hace pocos días el MEF anunció que la inversión total batió todos los récords con S/. 32,000 millones, 7% más que en el 2013. La cifra mayor fue para los gobiernos locales, con S/. 14,067 millones, seguida por el gobierno central (12,010 millones) y los gobiernos regionales (6,211 millones), a pesar de la corrupción en algunos de ellos.

Poco se sabe, de un lado sin embargo, de la calidad del gasto y, de otro, que a pesar de esta mejora (de la cual los principales medios de comunicación casi ni se han ocupado. Claro, si el Estado hace siempre todo mal) hay una clara tendencia al relajamiento de las reglas para la participación del capital privado en las obras públicas.

Pero quizá el aspecto más preocupante es que, más allá que este año se llame “de la diversificación productiva (lo que está muy bien), en la práctica las políticas de salida a la crisis casi no se han ocupado de reactivar la demanda sino a la reducción del impuesto a la renta de las empresas (que va a favorecer a las 200 más grandes), lo que agravará la desigualdad. Y, también, a reducir los derechos laborales de los jóvenes para, en teoría, promover el empleo y reducir la informalidad pero, en los hechos, se va a aliviar a las grandes empresas.

El sustrato de fondo del 2014 –el fin del super ciclo de las materias primas y de la aparición de las grietas del modelo) es que ha puesto sobre el tapete la necesaria discusión sobre el rol del Estado y del mercado. Se debe discutir seriamente sobre los roles de cada cual. Y también queda claro que no bastan las ventajas comparativas estáticas de los recursos naturales, política muy distinta a la del sudeste asiático. La diversificación productiva –de a verdad– es la tarea de la hora.

Pero lo más importante del 2014 ha sido, qué duda cabe, la aparición de los jóvenes en la escena política, luchando por sus derechos. Esta nueva “clase media” está demostrando que “el consumo no la consume” y que ha llegado para quedarse. En buena hora, porque la verdad, la verdad, hace tiempo que la estábamos esperando.

 La República, 12.01.2015