Entre el año pasado y el primer semestre del presente año el nivel de niños anémicos menores de 3 años ha aumentado de 33% a 41% en Lima Metropolitana, cifras alarmantes que dan a conocer el alto nivel de desnutrición que sufren los infantes en la primera etapa de su desarrollo, afectando su calidad de vida en el futuro. Un dato por demás importante a mencionar es que cada cuatro de diez niños a nivel nacional sufren de anemia, con lo que el promedio nacional oscila el 46%, cifra que se ha incrementado luego de que hubiera una disminución progresiva entre los años 2015 y 2017, y que con las nuevas cifras hacen más difícil poder llegar a la meta de 19% propuesta para el 2021.
En el caso de Lima Metropolitana, los cuatro distritos priorizados para intervenir a través del Plan Multisectorial para atacar la anemia son Villa María del Triunfo, Villa El Salvador, Carabayllo y San Juan de Lurigancho, distritos de mayor pobreza en la ciudad en los que la capacidad de poder enfrentar este problema se hace más compleja, aunque es necesario destacar que esta situación es generalizada, pues distritos de mayores recursos económicos como San Borja, Miraflores, San Isidro y Magdalena, también han reportado un incremento de la anemia; así, en la capital la cifra de niños con este mal se elevó un 8%.
Esta situación no hace más que evidenciar que el problema fundamental no radica esencialmente en la pobreza sino en la mala alimentación de los infantes y peruanos en general, producto de la inadecuada disponibilidad en cantidad y calidad así como de la falta de accesibilidad de los productos que demanda la población según sus necesidades, por edades y actividades: se promueven hábitos alimenticios que priorizan comidas que «llenen el estómago», más que aquellas que contengan los nutrientes esenciales para una correcta alimentación.
Gran parte de esta situación está en la promoción de una «cultura» (si es que puede denominarse de esta manera) de la comida rápida. Por otro lado, los mínimos controles de calidad que debiera hacer el Estado respecto a los alimentos que consumimos no se lleva a cabo y la poquísima inversión que se realiza en este rubro está dedicada a certificar los alimentos que exportamos. Asimismo, es poco o nulo el control nutricional y un ejemplo del mismo es haber visto con indignación cómo el Estado abdica en sus roles y no impone condiciones a una industria alimentaria oligopolizada que se niega a cuestiones tan básicas como informar a los consumidores sobre los compuestos de sus productos, a pesar de los escándalos de la leche que no es leche de hace más de un año y los intentos por poner etiquetado semáforo en los productos envasados para saber los niveles de grasa, sales y azúcares que contienen.
Es decir, no se ha tomado en serio el grave problema que aqueja en general a nuestro país en estos tiempos en materia de alimentación, generando la paradoja de ser uno de los mayores destinos gastronómicos del mundo y, en paralelo, tenemos a una parte importante de nuestros niños en situación de desnutrición crónica y anemia a lo que se suma actualmente crecientes tasas de obesidad y sobrepeso
Entonces, el mercado de comidas rápidas y de alimentos sin certificar es presentado como una alternativa barata, sin reparar la hipoteca hacia el futuro que estamos formando con esa situación en donde nadie garantiza la calidad mínima que deben tener. En todo caso, quizá habría que ponerse a pensar si en estos tiempos, el problema ya no radica en morir porque no hay que comer, sino que quizá el problema sea que uno se muere por lo que come. Esta es una discusión que se hace más que urgente en la agenda pública nacional, por lo que una de las principales campañas que debe promover el gobierno, deber centrarse en el cambio de los hábitos alimenticios, como parte de una estrategia de mediano y largo plazo.
Desco Opina - Regional / 8 de octubre de 2018
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