Por Gustavo Espinoza M. (*)
Hay quienes creen que las crisis políticas que se suceden en nuestro país, o que ocurren en cualquiera de los otros de la región, tienen sólo un carácter local, interno, que se explican por hechos ocurridos en el interior de las fronteras, y que, en última instancia, están vinculados a los rasgos personales, o las características de los gobernantes. En verdad, eso sucede en algunos casos. En los más, quienes remecen el escenario y generan dificultades mayores para los pueblos reflejan la política agresora del Imperio. Revisar lo que ocurre en nuestro continente y dar un vistazo a las dificultades y miserias que agobian a nuestros pueblos permitiría percibir mejor las cosas.
Bien puede decirse que el gobierno de los Estados Unidos tiene una suerte de plantilla destinada a socavar la estabilidad política de los Estados que impulsan iniciativas que no se amoldan al dictado de Washington. Hay infinitas muestras de ello, pero solo aludiremos a las registradas en la segunda parte del siglo XX en nuestra región: Guatemala 1954; Playa Girón, 1961; República Dominicana, 1964; el Golpe brasileño del mismo año; Chile, 1973; Grenada, diez años mas tarde; Nicaragua, 1990; Panamá en el mismo periodo; y muchas otras expresiones de igual signo, ocurridas antes y después.
Ya en nuestro tiempo, podríamos recordar la ingerencia de la embajada de los Estados Unidos en el abortado golpe contra Hugo Chávez, en abril del 2002; las maniobras que generaron la caída del Presidente Zelaya, en Honduras; y más recientemente la caída del Presidente Lugo en el Paraguay martirizado.
En otras tierras, la operación Afgana del 2001, la agresión a Irak; la intervención en Libia; los ataques al Irán del régimen anterior, el descarado acoso contra Siria y las constantes provocaciones contra el pueblo Palestino y los Países Arabes; constituyen todo compendio que haría palidecer a Curzio Malaparte y “La técnica del Golpe de Estado”.
En todos los casos, la política agresiva del Imperio se ha justificado a partir de una misma argumentación: “hay que defender la civilización occidental y cristiana y preservar la democracia”. El Imperio, por sí y ante sí, se ha proclamado como la Guardia Suiza de los Bedeles, custodiando una manera de entender el mundo: la que responde a los intereses de los poderosos.
Lo que ocurre hoy en Venezuela es una historia cantada. La plantilla se aplica contra la Patria de Bolívar porque la Casa Blanca es consciente de que ella encarna ahora el mismo espíritu libertador de hace doscientos años.
Si a comienzos del siglo XIX las experiencias independentistas vinieron del sur y del norte, a partir de los liderazgos de San Marín y Bolívar, y se extendieron por estos territorios dando al traste con el Imperio Español; hoy soplan con parecida fuerza desde los llanos del Arauco para abatir a un nuevo Imperio: el que tiene como símbolo el águila; y como fuerza, las armas de destrucción masiva. Veamos cómo acciona el Imperio a contracorriente.
El primer punto de la cartilla está vinculado a la guerra económica que desata en el interior de ese país y que impulsa desde fuera. ¿Su propósito?: destruir el aparato productivo de los Estados y generar el pánico en la población, escasez de productos, mercados paralelos, corrida de dólares, devaluación monetaria, crisis de liquidez. Es decir, caos financiero.
El segundo es la campaña de prensa destinada a desacreditar a su gobierno generando contradicciones que ayuden a debilitarlo. Parte de la intención de acuñar determinadas ideas en la conciencia de la gente, repitiendo hasta el cansancio expresiones agresivas contra gobernantes que considera no gratos
El tercero tiene que ver con acciones violentas e incluso actividades terroristas que intimiden a la población y la hagan dudar de la capacidad de gestión de sus gobernantes. Asonadas como las que alentaron el Golpe en Caracas contra Chávez, o acciones como el 5 de febrero de 1975 en Lima lo acreditan. Pero también el Paro de los Camioneros en el Chile de Allende.
El cuarto está relacionado con un alineamiento exterior de fuerzas que le sean hostiles al proceso bolivariano y ayuden a Washington a aislar lo que considera el peligro principal para su hegemonía global. Esto pasa por modificar la correlación de fuerzas en el plano global revirtiendo las derrotas del Imperio.
Todos ellos tienen vieja data y se repiten de manera reiterada. No olvidemos que cuando Salvador Allende venció todas las maniobras de la embajada norteamericana y logró ser confirmado como Mandatario de Chile, en 1970; el Presidente Nixon dijo, con el mayor descaro, que había que hacer “aullar” a la economía chilena para crear las condiciones propicias para un cambio. Se inició así una etapa a la que aludiría veinte años después un nuevo Secretario de Estado, Colin Powell, diciendo: “no es un capítulo de la historia de los Estados Unidos del que estemos precisamente orgullosos”.
¿Y por qué se caracterizó ese capítulo? Por una ingerencia abierta de la Casa Blanca en los asuntos internos de Chile, que adquirió las más variadas modalidades. Hoy se conocen gracias, entre otras razones, a la desclasificación de documentos secretos de la CIA, pero también al esfuerzo de Peter Kornbluh quien escribió un trabajo titulado “Pinochet, lo archivos secretos”, un compendio en el que se da cuenta de las acciones impulsadas por Kissinger y otros altos funcionarios del gobierno yanqui. Se conocieron 2,800 documentos de la CIA; 3,800 de la Casa Blanca, el Consejo para la Seguridad Nacional, el Pentágono y el FBI, amén de 18,000 más del Departamento de Estado.
El objetivo era no sólo quebrar a Chile, sino destruir el “Triángulo rojo de América del Sur”, en alusión a Juan José Torres, el militar boliviano que se hizo del Poder para impulsar cambios progresistas en el país altiplánico; a Velasco Alvarado en el Perú y al propio Allende en las tierras de Lautaro y Caupolicán. En otras palabras, el Allende de ayer es el Maduro de hoy. Y es que esa es la historia que se exhibe en Venezuela, pero que se habrá de exportar al resto de nuestro continente si se abre paso la acción expoliadora del Imperio. La idea es impulsar lo que algunos llaman “un nuevo ciclo” regional en el que caigan los gobiernos progresistas y se entronice otra ola de regímenes autoritarios. Lima podría ser la llave de esta experiencia.
Cuando en los años 1970 nosotros hablamos de los planes de la CIA contra nuestro país y otros, no faltaron quienes nos calificaron de “delirantes” y nos acusaron de imaginar “fantasmas”. ¿Dirán algo ahora, cuando se ha descorrido todo el velo en la materia?
La herramienta para propósitos de esta naturaleza es múltiple. Va desde los medios de prensa, a los que coloca uno a uno a su servicio, hasta las presiones económicas y militares con las que juega para doblegar cualquier resistencia a la aplicación de sus políticas. En ese espíritu la concentración de medios en una sola mano, como ocurre ahora con El Komercio de Lima, fue apenas parte de una estrategia de dominación. No fue un negocio sino una decisión política. El Komercio esta llamado a jugar el papel que jugó El Mercurio en el convulso Chile de los años 70 del siglo pasado.
Recientemente, la embajadora de los Estados Unidos en el Perú, en una entrevista de ese diario sostuvo que la esposa del Presidente Humala no podría ser candidata presidencial el 2016, y arguyó más adelante que la corrupción era la expresión más dura en el gobierno de Ollanta Humala. Si, por ventura, una declaración de ese corte hubiese sido hecha por el embajador de Venezuela, o la embajadora de Cuba; los medios se habrían rasgado las vestiduras hablando de una “injerencia intolerable” en los asuntos internos de nuestro país. Pero como quien la hizo fue la representante del Imperio, todos callaron y asintieron con servilismo aleccionador.
Lo que está en juego no es, por cierto, poca cosa. Washington busca revertir el proceso liberador que se opera en el continente. Y eso pasa por quebrar la resistencia de los pueblos y colocar alfiles propios —y no “prestados”— al frente de nuestros Estados. Si logran avanzar aunque fuera un punto en esta tarea, aspirarán a que “el efecto dominó” les genere otras victorias. Venezuela es el objetivo estratégico, pero la batalla se libra en todos los países, incluido el nuestro. Eso debieran también tomarlo en cuenta quienes creen que los problemas del Perú son el resultado, apenas, de una mala gestión gubernativa. Tras ellos, se inscribe la voluntad imperial.
Eduardo Galeano decía que por las venas de las guerras corre el petróleo. Y es verdad. Un barco cargado de petróleo tarda dos meses en llegar desde puertos iraquíes a los Estados Unidos. Pero sólo cinco días desde puertos venezolanos. Bien podría estar en ese dato el secreto de la obsesión yanqui por Nicolás Maduro y el proceso bolivariano de Venezuela.
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
http://nuestrabandera.lamula.pe
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