En el caso de Chile, utiliza a peruanos para tapar la historia de la guerra de rapiña perpetrada contra el Perú en 1879 y todos los asesinatos, saqueos y persecución
Por Rocío Ferrel
La historia de los últimos 100 años de China y Japón está marcada por los crímenes y atrocidades perpetrados por Japón contra China, país que trabaja durante décadas intentando obligar a Japón a reconocer todos los actos de agresión y masacres debidamente documentados, con presión internacional (Taiwán, Corea y Vietnam también tienen los mismos reclamos contra Japón), pues de los nipones nunca nació una iniciativa para reconocer sus delitos, pedir perdón ni indemnizar.
Los esfuerzos de China han tenido sólo resultados parciales, pues Japón se empeña en desconocer su responsabilidad y, por ejemplo, en los últimos años se ha negado a reconocer indemnización a mujeres que fueron utilizadas por los japoneses como esclavas sexuales a mediados del siglo XX.
Este 3 de abril la agencia de noticias china Xinhua informa sobre la contumacia de Japón al rechazar reconocer la verdad histórica durante la invasión a China y las millones de muertes causadas, hecho que está resquebrajando las relaciones entre ambos países y amenaza la paz, como se informa en el artículo de Xinhua*.
Japón niega la historia
El desarrollo económico y tecnológico de Japón no ha ido de la mano con un desarrollo en valores, lo cual es una característica no sólo de la cúpula en el poder, sino que es compartida por todos los japoneses con su aceptación, pues podrían manifestar su oposición a este proceder de su gobierno, pero no lo hacen.
La actitud japonesa es la misma que la de cualquier criminal no arrepentido, por tanto. capaz de repetir la historia. La conversión del criminal comienza por el reconocimiento de su delito, el arrepentimiento y termina por la reparación del daño en todo lo que sea posible. El criminal contumaz, en cambio, niega su delito o lo maquilla, no asume su responsabilidad y mucho menos se arrepiente ni desea reparar el daño. Es lo que sucede con Japón, pero en una conducta colectiva.
En la historia moderna, uno de los pocos países que ha reivindicado sus valores es Alemania, que ha cumplido con todo lo necesario para recuperar su credibilidad: devolvió los territorios invadidos, condena la ideología hitleriana que desató la guerra, así como su apología, cumplió con indemnizar a las víctimas y desarrolló un trabajo de concientización social para que las masas reconozcan lo maligno que fue ese poder, que llevó a su país y al mundo a un gran derramamiento de sangre.
Paralelo con Chile
Chile, desde décadas antes de 1879, premeditó una guerra de rapiña para apoderarse de territorios peruanos y bolivianos y para saquear al Perú, y lo hizo respaldado por la instigación criminal del clero, que en sus homilías exigía incansablemente castigar al Perú, al cual, para justificar el odio y latrocinio, calificaban de país degenerado y corrupto. Esta preparación encontró el pretexto conveniente cuando Bolivia aplicó impuestos a su salitre, explotado por empresas chilenas e inglesas a las que ingenuamente Bolivia había permitido entrar a "trabajar" en su litoral. Entonces los chilenos maquillaron la invasión inventando un supuesto pacto de agresión entre el Perú y Bolivia, que probadamente era un pacto de defensa, pues ya había habido dos intentos de invasión chilena al Perú antes de 1879; además, tanto Bolivia como el Perú, desde décadas atrás, estaban en permanente crisis económica, política y social, de modo que el inicio de la guerra encontró a los dos países con unas fuerzas armadas que ni siquiera servían para la defensa —lo que se demostró con el resultado de la guerra— y menos podrían haber significado amenaza real contra ningún país.
Durante la invasión de 1879, hasta los 50 años de cautiverio de Tacna, el comportamiento chileno contra los peruanos fue de agresión, terrorismo, asesinatos y tortura, lo que hoy se llama “limpieza étnica”. Chile, como cualquier vulgar delincuente, busca borrar de la mente de los peruanos estos episodios de horror.
A diferencia de China, que con dignidad en bloque (pueblo y gobernantes) rechaza el comportamiento japonés actual de querer negar la historia, en el Perú, igualmente víctima de una invasión, no sucede lo mismo: Chile cuenta con sirvientes peruanos, unos a sueldo y otros que actúan bajo los efectos de una colonización mental y se prestan a las maniobras chilenas de borrar o cambiar la historia cruenta de esa guerra.
Uno de los peones de Chile es Alan Wagner (ver Wagner capituló ante Chile y no puede representarnos ante La Haya), quien, cuando fue canciller de Alan García durante su primer gobierno, en secreto preparó con los chilenos una infame traición, el Acta de Lima,que buscaba el revisionismo de la historia de la guerra con Chile en los textos escolares, entre otras traiciones. La pretensión chilena fracasó entonces cuando el Congreso de la República del Perú rechazó el acta.
La ocupación terrorista chilena en Tacna obligaba a los escolares a ver la pila de cadáveres de patriotas de la resistencia peruana
Al ver frustrados sus propósitos, los chilenos, como una plaga que si no entra por un sitio busca otro, entonces decidieron reclutar sirvientes peruanos en el círculo de profesionales encargados de redactar los textos de historia y, billete en mano, consiguieron dos rotundos triunfos: 1) la eliminación del curso de Historia del Perú en los colegios, para borrar la identidad peruana en los niños; y 2) incluir una versión abreviada de la guerra con Chile en el curso de Ciencias Sociales, donde quitan el título de héroes a Miguel Grau y Francisco Bolognesi, entre otros. También corrompen los valores de los escolares diciendo que el almirante francés Abel Bergasse du Petit Thouars actuó por interés (ver ¡Infamia contra escolares al descubierto!, ¡Lavado cerebral a escolares promovido por Ministerio de Educación!, Chile pidió cambiar textos de la Guerra del Pacífico y Crisis de la profesión de Historia).
Así, se repite, en otra versión, lo sucedido en Tacna durante la ocupación terrorista chilena, cuando los invasores chilenos mataban a los profesores de Historia del Perú, para tratar de borrar la identidad peruana en los niños.
Los hechos evidencian que, a diferencia de Japón, que solo desconoce sus delitos, los chilenos están debilitando el tejido social en el Perú para reducir o eliminar la reacción ante el enemigo chileno, que mueve sus piezas de ajedrez con la complicidad de autoridades venales, para instalarse parasitando los recursos de nuestro país. Por eso, por ejemplo, en ciudades como Tacna, que tanto sufrió con los asesinatos y terrorismo chilenos, hacen palidecer a los patriotas peruanos con las voces que piden se viole la Constitución para que el enemigo chileno instale sus inversiones dentro de los límites prohibidos en la frontera sur.
Los prochilenos trabajan así sin que Chile haya reparado devolviendo los territorios y bienes robados, sin que haya pedido perdón, indemnizado a los peruanos ni haya educado a su pueblo para repudiar su pasado criminal. Lejos de ello, exaltan los asesinatos llamando “Epopeya” a su rapiña y "héroes" a sus criminales de guerra. Este daño en la estructura social peruana también explica que se tolere que en plena Escuela Naval del Perú se haya instalado un busto del hampón chileno Arturo Prat (ver García y Wagner humillan a la Marina de Guerra).
El gobierno del presidente Humala, que se autoproclamó “nacionalista”, tolera estas aberraciones manteniendo estos textos entre los escolares y no restaurando el curso de Historia del Perú, con la ayuda de la prensa prochilena, que se enriquece con la publicidad de las empresas de ese país o cuyos accionistas participan en empresas chilenas. A diferencia de esta traición, a ningún empresario chino se le ocurre promover el silencio sobre la historia de la invasión japonesa, pese a que sus capitales tienen importancia mundial y a que les interesa el comercio con Japón.
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* La siguiente es la nota de la agencia Xinhua:
Negación japonesa de historia pone en riesgo paz regional
BEIJING, 3 abr (Xinhua)
Tokio ensombreció la paz y estabilidad regionales cuando su secretario en jefe del gabinete rechazó el domingo las declaraciones del presidente de China, Xi Jinping, sobre la invasión japonesa a China y la Masacre de Nanjing.
Víctimas de la masacre en la orilla del río Qinhuai con un soldado japonés que estaba cerca
La masacre de Nanking hoy Nanjing
Yoshihide Suga adoptó una retórica inesperadamente absurda al calificar a las declaraciones hechas por Xi un día antes como "sumamente poco constructivas". El mandatario chino afirmó que "la guerra de agresión de Japón contra China causó más de 35 millones de víctimas militares y civiles chinas".
El secretario se rehusó a reconocer la cifra de víctimas y dijo que el gobierno japonés aún tiene que verificar las "distintas opiniones".
La masacre de Nanking
Declaraciones como éstas, en abierto desafío a los juicios de posguerra y un desafío tanto a la justicia como a la conciencia humana, reflejan que el gobierno japonés, encabezado por Shinzo Abe, está siguiendo un camino revisionista.
La agresión militar de Japón contra sus vecinos asiáticos, incluida China, durante al Segunda Guerra Mundial, ha sido un hecho difícil reconocido por la comunidad internacional.
Con el fallo del Tribunal Militar Internacional del Lejano Oriente en 1946 y el testimonio y confesiones de los soldados japoneses, las atrocidades de tiempos de guerra de Japón se convirtieron en una evidencia histórica irrefutable.
No obstante, la administración de Abe negó con descaro la historia para alentar la ya creciente inclinación derechista del país, lo que enfureció no sólo a sus víctimas sino también a cada nación justa del mundo.
Si Tokio fuera un actor responsable, acabaría de raíz con esa inclinación que puede poner en riesgo la paz y la estabilidad de Asia Oriental. Desgraciadamente, su primer ministro, que lleva el "ADN político" de su familia, se convirtió en un pionero de los derechistas del país.
Abe, que a lo largo de toda su carrera ha abogado por la construcción de "un Japón fuerte", ha ido incrementando el presupuesto en defensa para expandir el desarrollo militar de Japón y realizando ejercicios militares destinados a apoderarse de las Islas Diaoyu, una parte integral del territorio chino.
Al mismo tiempo, de vez en cuando niega la historia de invasión japonesa, lo cual es considerado ampliamente como un primer paso para tratar de librar a su país de un sistema de posguerra.
Las acciones y las palabras, en lugar de hacer realidad un Japón fuerte, aíslan al país de sus vecinos asiáticos.
Abe necesita saber que un hombre fuerte asume responsabilidades. Para ser un actor responsable, Tokio primero debe admitir sus errores pasados y liberarse del sometimiento derechista, que se ha convertido en una fuente de inestabilidad en la región de Asia Pacífico.
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