Beatriz Mejía Mori*
Los delincuentes no creen en las instituciones, solo las ven como las entidades del Estado que juegan a perseguirlos, y que por unos cuantos soles pueden cambiar su situación.
El aumento de personal policial, la disposición de los días de franco de los policías, la realización de operativos de rastreo y detención de delincuentes, las requisas en los centros penitenciarios, son acciones tomadas por el nuevo Ministro del Interior, preocupado con desplegar medidas de rápido control de la delincuencia callejera, que es la que más angustia al ciudadano, como él mismo lo ha expresado públicamente.
Nos preguntamos qué acciones se están tomando contra las demás formas de delincuencia, que corroen la sociedad mucho más que la callejera.
Cuando vemos una DIRANDRO, que investiga el narcotráfico y el lavado de activos, moverse con una lentitud propia de quien no quiere investigar nada y actuar de modo irregular investigando a empresarios que nada tienen que ver con estos delitos, podemos concluir que no sólo no hay una política de Estado en contra del narcotráfico, sino que sus instituciones llamadas a luchar contra este flagelo están comprometidas con su protección.
Cuando vemos que la policía que investiga la violencia familiar termina elaborando atestados en contra de los inocentes y convirtiendo en víctimas a los culpables; cuando vemos que una persona se acerca a una comisaría para denunciar un delito y termina siendo involucrada por la policía como autor del mismo; cuando vemos los innumerables casos de abuso policial y más recientemente contra médicos, enfermeras, a los cuales arrastran y golpean sin escrúpulo ni respeto alguno, podemos concluir que el gran problema de la delincuencia en el Perú no está en las calles sino en sus instituciones llamadas a combatirla.
Los delincuentes no creen en las instituciones, solo las ven como las entidades del Estado que juegan a perseguirlos, pero que por unos cuantos soles pueden cambiar su situación, para lo cual tienen una bolsa lista en caso de ser detenidos.
Los que están encarcelados se quejan de estar ahí por no haber podido pagar lo que les pidió la policía; otros afirman haber sido estafados, porque pagaron a la policía y luego los encarcelaron porque ya no pudieron pagar en la Fiscalía.
Hay jaladores alrededor de los juzgados penales, que prometen sacar libres a las personas a cambio de un monto de dinero, en especial en los juzgados especializados en narcotráfico y lavado de activos; nos preguntamos: ¿es tan difícil para los órganos de control realizar un mínimo trabajo de inteligencia para descubrir estas redes de corrupción?
Hace unos meses hice una investigación de los procesados y sentenciados por tráfico ilícito de drogas recluidos en el penal de Picsi en Chiclayo y les apliqué un cuestionario de preguntas, que respondieron anónimamente con seudónimos.
El 98% de los encuestados afirmaron que la policía les pidió dinero y que no les pudieron pagar, un 2% afirmó que pagaron a la policía y fueron estafados porque no cumplieron su promesa de sacarlos “limpios”.
Sin embargo, lo más preocupante fue que el 65% de los condenados por este delito afirmaban ser inocentes y víctimas de corrupción policial, que los habían sembrado con drogas y los habían procesado sin haber tenido nada que ver con este delito.
Para muchos podrían ser mentiras de reclusos, pero ellos no tenían por qué mentir, dado que no estaban reportando esta información con la identificación de sus nombres, ni lo que respondían al cuestionario podía repercutir en su situación en modo alguno.
Verificando dicha información, realicé entrevistas a varios de los reclusos, los cuales confirmaron que la mayor parte de los procesados y condenados por el delito de narcotráfico que se encontraban en ese penal no eran narcotraficantes ni habían participado en el delito que les imputaban, que su carcelería obedecía a que existía una red de corrupción policial en DIRANDRO-Chiclayo, que sembraba drogas a personas comunes para cobrar las recompensas de la DEA y para ascender de grado, y que no había manera en que ellos pudieran defenderse en la Fiscalía o en el Poder Judicial, pues el atestado pasaba a estas instituciones con las pruebas e historias montadas por el personal policial corrupto.
Uno de ellos hizo este comentario: “Acá la mayoría de acusados por narcotráfico no tienen qué comer, se están muriendo de hambre porque son gente humilde, pobre, que nada tiene que ver con las drogas, los narcos comen de afuera, a ellos se los conoce porque tienen de todo.”
No existe la posibilidad de resolver estos problemas mediante operativos policiales, poniendo más policías en las calles; debemos reconocer que el país tiene una crisis moral que compromete a todas sus instituciones, empezando por la Policía, la cual es considerada por la población como una de las instituciones más corruptas del Estado, según la Sexta Encuesta Nacional sobre Corrupción realizada por IPSOS-Apoyo para Pro Ética, la cual además reporta que el 80% de peruanos encuestados reconoce que el país es corrupto o muy corrupto.
Quienes delinquen piensan que no tienen por qué ser honestos cuando las autoridades llamadas a serlo son corruptas y roban peor que ellos. Consideran que ser honesto es una idea falsa o imposible porque todo lo que ven en su entorno social es corrupción.
Si queremos desterrar la delincuencia del Perú, tenemos que erradicar la corrupción de las instituciones del Estado, de las organizaciones sociales, de los negocios, de la forma de hacer empresa, de las universidades y de las escuelas, de los medios de prensa; tenemos que hacer una profilaxis social que pasa por la tolerancia cero frente a la corrupción y todo aquello que transgreda los valores de nuestra sociedad.
Hemos permitido que la vanidad, la ambición, el consumismo, el afán de poder, la búsqueda de la riqueza material, el egoísmo y la corrupción dominen nuestra sociedad y la conviertan en una gran olla de alacranes, dispuestos a morderse unos a otros. Y nos quejamos de que exista delincuencia, cuando esta ha encontrado su lugar natural en medio de nuestra barbarie moral.
Destierre el Perú la corrupción de sus entrañas y descanse tranquilo libre de toda delincuencia, cuando los peruanos seamos capaces de no permitir el abuso del poder y toda forma de corrupción que se produzca en cualquier área de la vida social y construya una cultura de bien por la educación en los valores que éste contiene y su poder para transformar la vida de los pueblos.
Diario Uno, Lima 10-08-2014
http://diariouno.pe/columna/delincuencia-causas-y-soluciones/
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* Ex-Directora General del Centro de Investigaciones Judiciales de la Corte Suprema
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