Por Rocío Ferrel
La caridad empieza por casa. No se puede pregonar caridad hacia gente extraña cuando nada hemos hecho, cuando hemos estado indiferentes ante los dramas y tragedias de quienes están cerca de nosotros, como es el caso de los peruanos que han sido víctimas de la delincuencia venezolana y han sufrido robo y hasta asesinato de sus seres queridos.
Ante la tardía, pero correcta decisión del presidente Vizcarra de ordenar mayor control para el ingreso de venezolanos, a fin de impedir que delincuentes lleguen a nuestro país, es lamentable que el presidente de la Conferencia Episcopal Peruana, monseñor Miguel Cabrejos Vidarte, se haya lanzado contra el gobierno para exigir fronteras abiertas para los venezolanos (hecho que atenta contra la seguridad nacional). Es cómodo e irresponsable hablar desde un lugar seguro, con transporte protegido, donde no se sufre robo ni violencia, y hablar con fundamentos deleznables sobre un problema grave que afecta sobre todo a los más pobres del Perú.
Veamos sus argumentos:
- Monseñor Cabrejos señala que “los aproximadamente 800.000 venezolanos que han ingresado hasta la fecha están contribuyendo a formar una sociedad multicultural, fraterna, tolerante y respetuosa de la interculturalidad”.
En realidad son unos 800 mil con ingreso registrado, pero es probable que la cantidad sea un millón sumando los ingresos ilegales fuera de la casetas en la frontera, como ha constatado la prensa. Estos inmigrantes no son fraternos ni respetuosos. A muchos lugares de todo el Perú a donde han llegado llaman la atención por sus borracheras públicas, escándalos, prostitución, desprecio, insultos y racismo contra los peruanos, sin contar los actos delictivos.
Además, si hablamos de cultura, han traido costumbres de lo peor, como la santería, que es brujería que arrastran desde épocas de la esclavitud africana, donde utilizan aves que torturan y matan en rituales con sangre, bastante repugnantes, lo cual es muy común en Venezuela, Cuba y toda América Central y el Caribe, y ahora lo hacen el Perú. Esto es consecuencia de una falta de evangelización de la Iglesia en esas tierras, y, la Iglesia del Perú, en lugar de hablar de las bondades culturales, por caridad debería predicar a estos inmigrantes sobre la gravedad moral de sus prácticas, antes de que se arraiguen por aquí.
- Cabrejos se preocupa porque “se haya dado un incremento en la percepción negativa a los migrantes, por parte de algunos gobiernos regionales y/o locales. Estas reacciones expresadas en discursos o regulaciones reflejan una mirada discriminatoria contra nuestros hermanos venezolanos, incentivando la xenofobia y el prejuicio, y poniendo en un mismo nivel a toda una comunidad, a partir de los hechos cometidos por algunos desadaptados, que se pueden encontrar en toda sociedad”, escribió, y agregó: “Sabemos, de acuerdo a la información del Instituto Nacional Penitenciario, que hasta el 15 de marzo de este año había 299 ciudadanos venezolanos detenidos, lo que representa sólo el 0,04% del total de la población venezolana en el país”.
¿Qué pasa con monseñor Cabrejos? Parece que no viviera en el Perú, pues no puede tratar como locos o alucinados a las autoridades alarmadas por la delincuencia venezolana en sus regiones, no hay sólo “percepción”, no es imaginación, sino que es la cruda realidad, los venezolanos están atacando a diario a peruanos indefensos para robar y hasta asesinar y los que más sufren por ello son los más pobres, las mujeres (pues los delincuentes son cobardes y atacan a los más débiles) y los pequeños empresarios.
Es una burla que Cabrejos quiera hacernos creer que el número de delincuentes venezolanos se reduce a aquellos que están presos. No señor. Todos sabemos que por cada delincuente preso hay decenas, cientos o miles que están sueltos. Los actos de latrocinio son incontables y muchos no son denunciados porque la Policía no se da abasto y otros por el escaso valor de lo robado, y de los denunciados la mayoría son de delincuentes no capturados. En el caso de los venezolanos, llegan al colmo de arrebatar su bolsa de compras en los mercados a las amas de casa en sitios como Villa el Salvador, y hasta les roban un pollo a la brasa. Obviamente estas denuncias nunca llegarán a la Policía, que ha reconocido que con los venezolanos no sólo ha aumentado la delincuencia, sino que han traido modalidades nuevas y violentas que no se veían antes, como es disparar, incluso a matar, antes de amenazar o robar. Ahora en la mayoría de distritos del Perú se reconoce que la delincuencia y los actos desadaptados han aumentado por la presencia de venezolanos, no es percepción, señor Cabrejos, es la dura realidad, no una “percepción” ni es “xenofobia”.
Además de la delincuencia, la excesiva llegada de venezolanos ha impactado en el mercado laboral peruano y hay muchos trabajadores nacionales que han sido despedidos para ser reemplazados por venezolanos. También, los sueldos, en lugar de experimentar un crecimiento en una situación de normalidad, ahora han caído.
La Iglesia debe reflexionar sobre su actitud hacia los migrantes, pues en el Perú observamos indolencia: nunca se han pronunciado para defender a los peruanos víctimas del hampa venezolana que ha robado, matado y dejado enfermos postrados para carga de sus familias, y menos han realizado un acto concreto y tangible para ayudarlos y ahora, en lugar de ello, se preocupan por los extranjeros.
Lo mismo se puede decir del Vaticano, pues su prédica ha ido en Europa en favor de los inmigrantes islámicos y africanos, pero guarda silencio cuando éstos perpetran atentados y otros delitos en ese continente, donde especialmente atacan a las mujeres y niños para violarlos y hasta asesinarlos, pues los musulmanes desprecian a las europeas. El Vaticano nunca ha asistido a una víctima de esas violaciones ni ha lanzado su voz de protesta contra ello. A causa de esa inmigración, ahora muchos lugares de Europa son inseguros y violentos.
Las autoridades de la Iglesia no deben inmiscuirse en las políticas de gobierno, sobre todo, las políticas de seguridad, a menos que haya una grave y probada violación de los derechos de los ciudadanos, más bien deben concentrarse en su deber de predicar, tan venido a menos. Y si quieren hacer caridad, deben analizar antes muy bien a quién defienden, a quién ayudan, pues los fondos de caridad son producto de las contribuciones de los fieles.
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