Por Gustavo Espinoza M. (*)
“El caso López Paredes” —un operador de la mafia de antigua filiación aprista infiltrado en altos servicios de información—, las denuncias en torno a documentos fraguados y partes policiales habilidosamente reconstruidos, la existencia de un grupo armado en las inmediaciones de la vivienda del Presidente Ollanta Humala y las desesperadas declaraciones de Alan García y Keiko Fujimori respecto a la “ingobernabilidad del país” y al “tiempo que se pierde manteniendo a este gobierno” son elementos más que transparentes y revelan las intenciones golpistas de la reacción en el Perú.
En torno al tema hemos escrito desde hace algunas semanas. Al comienzo, fuimos tildados de “abogados de oficio” del Jefe del Estado o de simples “ingenuos” que hablaban de maniobras de este tipo para concitar simpatía en provecho del gobierno. Hoy, las cosas han comenzado a cambiar. Aunque con mezquindades y resistencias, ya nos toman en serio.
Analistas responsables y gentes de clara inteligencia coinciden, en efecto, en considerar peligrosa la situación actual al tiempo que llaman la atención de la ciudadanía respecto de planes sediciosos.
En paralelo, la gente de la calle se va dando cuenta de que el peligro principal que se cierne sobre la sociedad peruana es el retorno de la Mafia al Gobierno en 2016, o antes; y que el enemigo fundamental de nuestro pueblo —el imperialismo yanqui— está jugando al deterioro de la situación peruana en el empeño de asestar un golpe demoledor al proceso emancipador latinoamericano.
Para ellos, juega el peligro que corre el “Acuerdo del Pacífico” luego de la elección de la Bachelet en Chile. Y quieren asegurar que el Perú no “cambiará de bando”. Al cumplirse el II Aniversario de la creación de la CELAC, el tema pasa al primer plano
Los contornos del debate que se plantea hoy lucen, entonces, bastante definidos. El tiempo ha servido para hacerlos trasparentes.
Óscar López Paredes, integrante de los Comandos de Acción del APRA desde los años 80 del siglo pasado, se sumó a la fanfarria fujimorista en los noventa y se convirtió en agente de los servicios de inteligencia, ciertamente muy bien remunerado. Al lado de socios mayores, hizo escuela y organizó su propia red, que tendió lazos hacia personas vinculadas al entorno de Ollanta Humala.
Contaba, para ese efecto, con un elemento que nosotros pusimos en evidencia en su momento: varios de los oficiales de la Promoción de Humala fueron los “asistentes” de los generales de la época. Adrián Villafuerte, por ejemplo, era el “secretario” del general Saucedo, uno de los más calificados exponentes del régimen de la corrupción. Y ese no fue el único caso.
Vincular a los grupos de acción del APRA con la boyante mafia con los servicios de inteligencia y con los militares en ascenso fue pan comido para ciertas gentes sobre todo cuando actuaban a la sombra de un reconocido funcionario de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, encerrado hoy en la Base Naval.
Pero era esa una mezcla que en un momento determinado habría de alzar la voz y actuar en función de intereses más concretos. Pues bien, eso es lo que está ocurriendo.
El juego está planteado y las cartas están sobre la mesa. El fujimorismo sabe que en un proceso electoral nacional su candidata —la hija del chinito de la yuca— obtendría alrededor del 35% de los votos. Ese porcentaje no le permitiría ganar en primera vuelta, pero sí asegurar su pase a la segunda ronda. El tema, entonces, consiste en definir cuál sería en ella su competidor.
El APRA, por su parte, sabe que hoy su máximo líder está en ascuas. Tiene el 80% de la opinión ciudadana en contra. Pero incuba la idea de contar con un 20% a su favor; de que los hay, los hay, la cosa es encontrarlos.
Confiando en la capacidad oratoria del vendedor de cebo de culebra, sueña con incrementar “un poquito”, en tres o cuatro puntos su nivel de votación, y pasar —como ocurrió en 2006— a la segunda vuelta. No hay que olvidar ese “detalle”.
Si así ocurriera, el país no tendría opción. Podría votar por Keiko o por García. Ni siquiera funcionaría, en ese caso la gastada tesis del “mal menor”. Se podría hablar si, del mal peor. Porque una u otra alternativa implicaría el retorno de la Mafia al Poder, con todos sus rencores y agravantes.
Keiko podría ganar, o quizá Alan. Pero cucarachas y ratas gobernarían juntas.
Ese bien podría ser el “cuadro de 2016”, porque de hecho es el cuadro de hoy. Si hoy fueran las elecciones nacionales, en efecto, podría reproducirse como una visión fotográfica, el escenario que diseñamos.
Pero como en la perspectiva hay todavía algo más de dos años, eso podría cambiar. ¿Para qué esperar, entonces, se preguntan algunos con asombro? ¿No es acaso “tiempo perdido” el que gestiona hoy el gobierno? ¿Por qué no recuperarlo buscando una “salida constitucional”, adelantando las elecciones, por ejemplo?
Si así se hiciera, se impediría que otras fuerzas maduren, que la izquierda se cohesione y unifique, que asomen alternativas distintas, que arribe un “outsider” que ensombrezca ese panorama. Entonces, es mejor ahora.
Preparar una asonada como la que ocurrió hace apenas unos años en Ecuador. ¿Le recuerdan?: un grupo de policías descontentos secuestró en una sede de hospital al Presidente Rafael Correa y pretendió obligarlo a dimitir. La intentona fracasó por la firmeza del mandatario, pero también por la reacción ciudadana, que se volcó a las calles en señal de rechazo.
Así sucedió también en Caracas, en abril de 2002. Un golpe de mano, y los facciosos coparon el Palacio de Miraflores y pretendieron doblegar a Hugo Chávez. Como fracasaron en el intento, lo redujeron y confinaron en la isla La Orchilla. También fueron vencidos por la dupla de oro: la firmeza del líder y la fuerza del pueblo.
Acá ¿qué podría ocurrir si —como asegura Isaac Humala— secuestraran al Presidente y plantearan como “condición” para liberarlo un adelanto de las elecciones? El diario El Komercio hablaría de “una salida constitucional a la crisis” y el 80% restante de los medios —la radio, la tele y la prensa escrita— sumaría filas con esa idea. Los empresarios dirían que hay que evitar “el desgobierno”, y los partidos conservadores hablarían de “un paso duro, pero necesario”. Para todos ellos, lo importante sería encontrar “una salida legal”, es decir, “¡Elecciones ya!”, salga pato o gallareta. El pato podría ser Alan; y la gallareta, la chinita que todos ya conocen.
¿Está preparado el movimiento popular para una crisis de esa envergadura? ¿Y la izquierda? ¿Saldrían a la calle turbas con ataúdes portando “los restos” de Humala? ¿Se escucharían las voces de “Urgente, urgente, ¡nuevo Presidente!” ¿O habría una resistencia popular organizada contra un Golpe Fascista en ciernes?
El Perú retrocedería a 1990, probablemente. Y la Mafia volvería a enseñorearse en el país. Y Óscar López Paredes podría ser encumbrado como integrante de “las altas esferas del nuevo régimen”, al lado de Fernando Rospigliosi, asistente confeso de la embajada de los Estados Unidos; y Aldo M —quien acaba de declararse admirador y discípulo de Carl Schmitt, el más lúcido ideólogo del nazismo en la Alemania del III Reich— estaría en su gloria. Y la “Chichi”, ¡ni se diga!
Habría “orden” en el Perú, sin duda. Y paz. El orden de los presidios y la paz de los cementerios, claro.
Las evidencias golpistas tocan la puerta, señores, ¡Hay que derrotarlas!
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
http://nuestrabandera.lamula.pe
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