ciaPor Gustavo Espinoza M. (*)

Parecen hechos aislados, inconexos, que no tienen relación entre sí. Sin embargo, responden a una misma lógica y están unidos. Tienen en común el incubar un mismo propósito y asoman a partir de una misma fuente. Veamos:

Fue en una rueda de prensa celebrada en “La casa del Pueblo” —vale decir en el local central del PAP— donde Jorge del Castillo anunció una “movilización nacional”, y “protestas en las calles” si es que prosperaban las acusaciones contra Alan García con miras a inhabilitarlo, de acuerdo a ley, por graves delitos de corrupción y por infracciones constitucionales..   

Mercedes Cabanillas, en la misma circunstancia, sostuvo que el Apra “responderá jurídicamente en instancias internacionales hasta llegar a la Corte Interamericana de Derechos Humanos y también por la vía política en las calles” si los acontecimientos marchan en el mismo sentido. “Nos han desafiado a una batalla política”, aseguró tronante, con la misma firmeza —hoy ciertamente senil— con que dispuso los ataques a las poblaciones indefensas en los días del baguazo, bajo la administración —precisamente— de García, sin acordarse para nada de la CIDH.

Hay que sumar a estos, otros elementos: la campaña contra el congresista de Acción Popular Víctor Andrés García Belaúnde, quien cometió el “irreparable error” de hablar con el Presidente de la República, lo que hoy constituye virtualmente un grave delito que amerita enérgica sanción. Finalmente lo acorralaron y lo obligaron a renunciar con el deliberado propósito de apoderarse de esa comisión y manipularla a su antojo.

Y está la guerra declarada al alimón por Keiko Fujimori y Aldo M. contra el Juez San Martín por haber sentenciado al chinito de la yuca a 25 años de prisión, que hasta hoy no ha cumplido un solo día porque el tiempo “privado de libertad” lo ha disfrutado en un cómodo casino policial en el fundo Barbadillo.

En el tema, como se recuerda, la Mafia agotó ya todas sus municiones, pero vuelve a la carga con furia desatada. "Libertad o muerte", parece ser la consigna que anima hoy a Keiko y a sus obsecuentes seguidores.

Tampoco hay que pasar por alto una curiosa costumbre de los medios —en particular, de la TV— que informan de un alevoso crimen en su noticiero de la noche, lo repiten en la mañana del día siguiente, lo reseñan al caer la tarde y se ocupan nuevamente de él en la noche siguiente. En otras palabras, pasan cuatro veces la mima noticia como si fuera nueva y atiborran de sangre las pantallas para habituar a la gente a ver muerte, pero también como una manera de alentar el pánico y la inseguridad ciudadana.

Y, por si fuera poco, los preparativos apristas en torno a una “huelga policial” que se busca promover en un futuro próximo.

No hay que olvidar, en esta materia, lo ocurrido el 5 de febrero de 1975 cuando en el marco de un conflicto de ese signo, los “Comandos de Acción” del partido de Alfonso Ugarte, liderados por Enciso y García incendiaron locales, saquearon almacenes, asaltaron oficinas públicas, atacaron a instituciones y diarios de circulación nacional que no estaban en manos de la Mafia, y mataron impunemente a decenas de ciudadanos a los que sorprendieron indefensos en la vía pública. Fue el Apra en la calle. En otras palabras, el caos en acción.

Eran los años en los que los apristas —al decir de don Armando Villanueva— estaban dispuestos a prender desde un fósforo, hasta Palacio de Gobierno, en el empeño por derrocar a un gobierno que les resultaba desafecto: el de Juan Velasco Alvarado.

Hoy las cosas han cambiado. El pasado 24 de diciembre se recordó 36 años de la muerte de don Juan; y del proceso que impulsó queda apenas el recuerdo. El gobierno de Humala está a leguas de esa causa patriótica y antiimperialista iniciada en octubre del 68, pero hay quienes se empeñan en recurrir otra vez al petardo para acabar con aquello que les resulta molesto.

Hoy, como ayer, tras las conspiraciones urdidas con ese propósito, están tras la mampara las mismas fuerzas y los mismos poderes. Ellos recientemente fueron puestos en evidencia en la región porque aplicaron programas especiales para liquidar —en Colombia— a los mandos de las FARC. Pero antes, actuaron en Asunción, Tegucigalpa, Quito y Caracas, con avances y contrastes, pero con un mismo empeño: preservar el Poder de los monopolios en una región del mundo, la más convulsa del planeta en nuestro tiempo.

Entendámonos: Es un hecho admitido, confirmado y reconocido por todos, incluidos los actores más directos, que “el asesor de Inteligencia” —el “multiusos” de Alberto Fujimori, hoy en la Base Naval— fue un alto funcionario de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, la CIA.

Pero ¿actuó sólo?, ¿no tuvo colaboradores?, ¿no dispuso de recursos económicos y humanos para llevar a la práctica sus propósitos?, ¿no contó con “una red” elemental, especialmente montada y articulada para que actuara incluso en el imponderable de su ausencia?

Los entendidos aseguran que ese “asesor” era, en estricto sentido, el verdadero Jefe de la Estación de la CIA en el Perú, dependencia que quedó mellada en 1969 cuando Juan Velasco expulsó del territorio nacional a William Shaper, el Director de la entidad en nuestro país. En ese papel actuó virtualmente desde mediados de los 70, pero tuvo un rol más encumbrado a la sombra del régimen siniestro de Fujimori, en la década de los 90.

Tenía, por cierto, un “jefe”, un anónimo militar de la embajada USA que, por confiar plenamente en su capacidad, le delegaba funciones y responsabilidades al tiempo que le brindaba la más alta protección y recursos. A la oficina de representaciones USA le bastaba un equipo eficiente que le proporcionara información, y que actuara bajo los lineamientos del Imperio.

Hoy, esa red no ha dejado de existir, ni está desarticulada. Goza de plena salud y está en operaciones constantes. Los hechos a los que nos hemos referido están atados por el hilo conductor que les proporciona esta estructura terrorista, que actúa impunemente bajo la protección de la embajada yanqui.

¿Cree alguien por ventura que cualquier particular podría disponer de arsenales de armas sofisticadas para uso privado, de equipos tecnificados para interceptar las comunicaciones en todos los niveles, de vínculos con los medios destinados a asegurar su buena imagen y de conexiones privilegiadas para ocultar fechorías?

¿Podría un “ciudadano de a pie” hackear los portales de los Ministerios del Interior y de Defensa, introducirse en el Despacho del Jefe del Estado, alterar con calificados recursos el texto de la declaración pública de un ministro, o comprometer a jefes policiales como el general Luis Praeli o vicealmirantes de la Armada como José Cueto?

Cuando Óscar López Meneses opera con la mayor desenvoltura, participa en acciones públicas, mantiene estructuras —Pólice Segurity o LuizSec Perú— que  accionan en coordinación con altos mandos policiales y militares, cuenta con ingentes recursos y maneja información clasificada y protección de primera línea, no obra por “libre albedrío”.

Sus acciones responden a intereses definidos. Por eso, uno de sus subalternos, al aludir a su poder, sostiene que “se lo disputan la CIA y el FBI”, es decir, la Agencia Central de Inteligencia y el Buró Federal de Investigaciones de los Estados Unidos. En realidad, lo usan en su beneficio ambas estructuras de Poder

Eso explica no sólo el hecho que personajes aparentemente inocuos puedan actuar como “superpoderosos”, sino también mostrarse soberbios e insolentes ante las autoridades, a las que llaman despectivamente “transitorios administradores del Poder”, seguros como están de que ellos son detentadores permanentes del mismo.

Toda la red de López Meneses, esa que sale en fotos, que concede entrevistas, que se luce en TV con interlocutores complacientes y proclama solemnemente su voluntad de “ayudar”, al tiempo que acumula millones en dinero además de propiedades de todo nivel, es una organización clandestina que desarrolla tareas de inteligencia y que en el caso concreto está metida hasta los huesos orquestando actividades sediciosas, en colusión con la Mafia y los grupos tradicionales de Poder. Que el gobierno se haga el que no lo sabe puede ser una “táctica” errónea. Pero que la izquierda lo ignore es simplemente inconcebible.

Hay que tener mucho cuidado. En el Perú de hoy, la mano de la CIA asoma detrás de la mampara.

(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera http://nuestrabandera.lamula.pe

 

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