Una cruz en el aire
José Carlos García Fajardo (*)
No hace tantas décadas, en muchos pueblos de España compartían sus saberes maestras y maestros que vivían allí como podían o hacían kilómetros andando cada día para llegar a sus escuelas. El Estado les pagaba una miseria, tarde y mal. Pero ellos no se podían negar a enseñar a cada niño que se acercaba, a veces, después de caminar durante dos horas bajo lluvia o sol. Y muchas veces sin comer o con un mendrugo entre las ropas.