El origen de la Expedición de Merodeo Lynch a los pueblos de la costa peruana desde Pisco hasta Paita.- En junio de 1880 Patricio Lynch propuso al presidente Pinto realizar una expedición cuyos objetivos de imposición de cupos de guerra, extorsión, apropiación de activos, y destrucción de la propiedad pública y privada transgredían abiertamente las leyes de la guerra vigentes en 1880
Escribe: César Vásquez Bazán
Desde Iquique, el 26 de junio de 1880, el Capitán de Navío Patricio Lynch dirigió una carta a su amigo Aníbal Pinto, presidente de Chile, en la que propuso la realización de una serie de desembarques de tropas chilenas en localidades de la costa peruana, al norte y al sur de Lima (Ahumada 1887, IV: 141-142).
Capitán de Navío Patricio Lynch
Las ciudades señaladas por Lynch a ser afectadas por los desembarques fueron las siguientes:
- 1. Pisco e Ica
- 2. Chimbote o Santa
- 3. Virú y Moche
- 4. Trujillo o Huaraz
- 5. Paita y Piura
Lynch mencionó que los principales objetivos de las incursiones serían imponer contribuciones de guerra a los pueblos próximos a la costa y algunos del interior; generar el pánico de la guerra −es decir el terror− en las poblaciones más comerciales del país y hacer sentir las consecuencias de la guerra a los hacendados del norte del Perú. Curiosamente, Lynch también mencionó que “de ninguna manera comprendería su objeto causar daños que no nos reportaran un provecho directo; nada de incendios, ni de destrucciones vandálicas” (Ahumada 1887, IV: 141-142).
¿Cómo calificar el proyecto de Lynch? En la sesión secreta del Senado de Chile del 11 de agosto de 1880 y refiriéndose a la incursión chilena contra Mollendo de marzo de 1880, el Ministro de Hacienda de Chile, abogado José Alfonso Cavada, denominó con toda propiedad a dicho asalto como “expedición de merodeo” (Vicuña Mackenna 1881, 299). En una expedición de ese tipo, las fuerzas militares se apartan momentáneamente del objetivo militar de la guerra y se dedican a “vagar” por ciudades, caseríos y campos en busca de imponer cupos, extorsionar a los pobladores, apropiarse de activos y bienes de valor, y destruir la propiedad pública y privada en caso las poblaciones se negaran a satisfacer las exigencias de los merodeadores.
Acciones como las propuestas por Lynch al presidente chileno Pinto violaron abiertamente las leyes de la guerra vigentes en 1880. En particular, atentaron contra lo prescrito en el artículo 5 de la Declaración de Bruselas de 1874, que prohibió la creación de nuevos impuestos, contribuciones, derechos y peajes. Estableció que “el ejército de ocupación no cobrará mas que los impuestos, contribuciones, derechos y peajes ya establecidos en provecho del Estado, o su equivalente si no se pagaren en dinero, y en cuanto fuere posible, en la forma y según los usos existentes. Los empleará en atender a los gastos de la administración del país, en la forma en que debía hacerlo el gobierno legal” (República de Chile 1879, 13).
Igualmente contravinieron el artículo 38 de la Declaración de Bruselas de 1874 que estableció que “deben ser respetados los derechos de la propiedad de los individuos”. Explícitamente enunció que “la propiedad privada no es confiscable”. La defensa del derecho de propiedad se reiteró en el artículo 40 que indicó que “la propiedad privada… debía ser respetada” (República de Chile 1879, 19). Asimismo, el artículo 13, inciso G, prohibió toda “apropiación de bienes enemigos que no sea imperiosamente exigida por las necesidades de la guerra” (República de Chile 1879, 15).
El texto completo de la carta del Capitán de Navío Patricio Lynch al presidente Aníbal Pinto es el siguiente:
Iquique, junio 26 de 1880
Señor don Aníbal Pinto
Querido Aníbal:
Mi idea sobre una pronta expedición a la costa norte del Perú es de fácil realización y la supongo de muy importantes consecuencias para las operaciones definitivas de la guerra.
En la actual situación de las partes beligerantes, solo dos soluciones se divisan sin la paz: o marchamos sobre Lima con el grueso de nuestro ejército, o nos quedamos en statu quo.
En el primer caso, nuestro ejército encontraría concentrados en Lima o en sus alrededores todas las fuerzas de que dispone el Perú, haciendo más difícil la expedición.
Si sucediera lo segundo, tendríamos:
1° Que se prolongaría indefinidamente la guerra;
2° Que la continuación, también indefinida, del bloqueo del Callao a consecuencia de la prolongación de las hostilidades, destruiría nuestra escuadra hasta inutilizarla;
3° Que durante este tiempo no causaríamos al enemigo mayores daños de los que hasta aquí ha sufrido, alejando, de consiguiente, las probabilidades de paz, desde que no habría una nueva causa que determinara al Perú a pedirla, y
4° Que el espíritu público y el del ejército no encontrarían en nuestro país por el tiempo del statu quo, nada que los alimentara, libertándolos del fastidio e indisciplina que naturalmente produce una paralización semejante.
Para allanar estos inconvenientes, sea que se piense en la ida a Lima o en el statu quo, creo que bastaría con la realización de mi proyecto.
Mi idea en globo se reduce a marchar con una división ligera, compuesta de cuatro batallones de infantería, una batería de artillería de montaña y un escuadrón de caballería a operar diversos desembarques en la costa, al sur y norte del Callao.
Esos desembarques tendrán por objeto:
1° Distraer las fuerzas concentradas en Lima, llamándole la atención a distintos puntos;
2° Imponer contribuciones de guerra en los pueblos próximos a la costa y algunos del interior, para atender con ellas, en parte, al mantenimiento de nuestro ejército;
3° Producir el pánico de la guerra en las poblaciones más comerciales del Perú;
4° Mantener el espíritu público en Chile y provocar en Lima, tal vez, una revolución con las cargas que la impunidad de nuestras operaciones haría nacer en contra de la previsión del Gobierno de Piérola, y
5° Hacer sentir las consecuencias de la guerra a los acaudalados hacendados del norte del Perú, que son los que dominan en Lima y que, hasta ahora, muy poco o nada han sufrido.
En la realización de mi proyecto, evitaría todo combate con fuerzas superiores, para tener siempre la seguridad del éxito, y procuraría, en todo caso, no alejarme de la costa sino lo necesario para estar cierto de la impunidad.
Como ya te lo he indicado, explicándote el objeto de la expedición, la parte ofensiva de ella se reduciría a imponer contribuciones de guerra y a batir las fuerzas inferiores que se opusieran a mi proyecto.
De ninguna manera comprendería su objeto causar daños que no nos reportaran un provecho directo; nada de incendios, ni de destrucciones vandálicas. Con operaciones de esta naturaleza, lejos de alcanzarse el fin natural de la guerra, se obliga al enemigo a negarse a toda transacción, porque con ellas se hace nacer la desesperación de unas luchas sin término ni cuartel.
Expuesta ya mi idea en globo, voy a indicarte la forma que adoptaría yo para realizarla.
Desde luego, la primera condición de mi proyecto sería la reserva absoluta con que se prepararía y zarparía la expedición, de manera que ni los jefes, oficiales y soldados supieran dónde se les lleva antes de partir.
Para llenar esta condición, los vapores Itata y Copiapó embarcarían en Antofagasta al Batallón 1° Aconcagua, en Iquique al Colchagua, en Arica al Bulnes, un escuadrón y la batería de artillería, y en Pacocha al 2° Atacama.
Los dos transportes serían convoyados por una de nuestras corbetas.
El primer punto objetivo de mi plan sería Pisco, desembarcando a sus espaldas en la magnífica caleta de Salinillas, sin ser sentido, para apoderarme del material del ferrocarril que conduce a Ica, capital del departamento de su nombre, y de las más importantes poblaciones del Perú.
Apoderado de ese material, marcharía inmediatamente sobre Ica, que está a diez o doce leguas de Pisco, unida al puerto por ese ferrocarril, y que atraviesa un valle sano y abundante en recursos de todo género.
En Ica me detendría solo el tiempo necesario para hacer efectiva la contribución de guerra que le impusiera. Por las noticias que tengo, Ica y Pisco soportarían fácilmente 150,000 soles de contribución.
En esta expedición no habría peligro alguno, porque no hay en esos lugares fuerzas que pudieran oponer resistencia a los de mi división y porque no podrían ser auxiliados por tropas salidas de Lima antes de diez días después de un desembarque.
El camino que une a Ica con Lima es de los peores del Perú, y las distancias entre uno y otro punto son como sigue:
LEGUAS |
||
Distancia |
Distancia acumulada |
|
De Lima a Lurín |
6 |
|
A Chilca |
7 |
13 |
A Asia |
8 |
21 |
A Cañete |
8 |
29 |
A Chincha |
10 |
39 |
A Ica |
16 |
55 |
Desde Chincha se desvía un camino para Pisco que tiene cinco leguas de un punto a otro.
De Arequipa no puede ir auxilio alguno a Ica, porque dista 166 leguas.
De manera que el desembarque en Salinillas o en Pisco, se realizaría sin correr el menor riesgo.
Tan pronto como cumpliera mi plan en Ica, me dirigiría a Pisco para reembarcarme a la aproximación de las fuerzas que vendrían de Lima.
Esas tropas no podrían ser sino una gruesa división que andaría a marchas forzadas y que probablemente dejarían parte de guarnición en Pisco para evitar un nuevo desembarque. Con esto habríamos distraído cuatro o cinco mil hombres del ejército de Lima y habríamos producido un verdadero pánico en esa capital, que no sabiendo a qué atribuir el desembarque, creería que el hacía relación con la anunciada expedición al corazón del Perú. De Pisco me dirigiría sobre Chimbote o Santa, para caer sobre Trujillo o bien seguir hasta Huaraz.
Por distar Huarmey solo veinte leguas de Chancay, término del ferrocarril de Lima al norte por la costa, y mediar una distancia de veinte leguas de Huarmey a Huaraz, si de las averiguaciones que hiciera en el primer punto viera algún peligro para la internación con la división, me dirigiría, sin perder tiempo, a Chimbote, para desembarcar en ese magnífico puerto, que sirve hoy al comercio de Lima y el Callao, y, después de imponerle la correspondiente contribución de guerra, marcharía por la costa sobre Trujillo, que dista quince leguas de Chimbote, pasando por Virú y Moche, puntos que cuentan con toda clase de recursos.
En Trujillo no tardaría más tiempo que en Ica y Pisco.
Con mis operaciones sobre estos puntos sucedería una cosa idéntica que lo de Ica. Saldrían fuerzas de Lima en protección de esas poblaciones, se interrumpiría el comercio que hoy se hace por Chimbote y se debilitaría aún más el ejército que defiende a la capital.
El último punto objetivo sería Paita, para marchar sobre Piura. A estos lugares podría imponérseles con tranquilidad las contribuciones convenientes, sin que durante mucho tiempo hubiera peligro para la división.
Por lo expuesto, espero que juzgarás muy conveniente y de fácil realización este proyecto.
No debes abrigar temor alguno por su resultado, porque mi prudencia sabrá evitar toda circunstancia que ponga obstáculo a la feliz realización de mi plan.
Para prevenir procedimientos que diesen lugar a reclamaciones diplomáticas y para ajustarme a las más estrictas reglas del derecho de la guerra, llevaría a mi secretario u otro abogado con el carácter de auditor de guerra de la división.
Si mi plan es de tu agrado y lo aceptas, será menester me lo anuncies por telégrafo y que también des orden por telégrafo se alisten los cuerpos del ejército indicados, pasando yo a Tacna a conferenciar con Baquedano.
Yo me encargo de llenar los detalles de la expedición.
Con cariñosos recuerdos a la Delfina, te saluda tu afectísimo amigo.
Patricio Lynch
José Alfonso Cavada
Ministro de Hacienda de Chile en 1880
Creó la expresión “expedición de merodeo” para calificar los saqueos, extorsiones y destrucción generados por la incursión del ejército de Chile en Moquegua en marzo de 1880. Por extensión, la denominación “expedición de merodeo” se aplica a la Expedición Lynch.
Obras citadas
Ahumada Moreno, Pascual. 1887. Guerra del Pacífico. Recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias i demás publicaciones referente a la guerra que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú i Bolivia conteniendo documentos inéditos de importancia. Tomo IV. Valparaíso: Imprenta i Librería Americana.
República de Chile. 1879. El Derecho de la Guerra según los últimos progresos de la civilización. (Recopilación oficial). Santiago de Chile: Imprenta Nacional.
Vicuña Mackenna, Benjamín. 1881. Guerra del Pacífico. Historia de la Campaña de Lima. 1880-1881. Santiago de Chile: Rafael Jover Editor.
© César Vásquez Bazán, 2020
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Septiembre 26, 2020
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