Jürgen Schuldt
Cuando evaluamos las perspectivas de la economía peruana, al margen de los aciagos factores domésticos que vienen desacelerándola, nos limitamos a observar el desempeño del PBI de las economías que más demandan los productos primarios en los que nos hemos especializado. De donde extraemos conclusiones sobre la posible evolución económica a partir de las tendencias del valor —y particularmente de los precios— de nuestras exportaciones, sobre todo de las minero-hidrocarburíferas. Esas consideraciones han llevado a la conclusión de que la actual desaceleración —que se considera transitoria— es atribuible en gran medida al ralo crecimiento de países o conglomerados como la Unión Europea, China, Sudeste Asiático y EE. UU.
El error que se comete cuando se realiza este tipo de pronósticos se debe al hecho de que no se considera el lado de la producción global de los commodities en que destacamos como exportadores. De hacer este tipo de análisis, nos encontraríamos con dos sorpresas.
De un lado, que los propios países avanzados están incrementando la producción de esos productos vitales (como el cobre y el petróleo) para reducir su dependencia externa relativa y para animar sus economías, con lo que —aparte de su magro crecimiento doméstico— vienen demandando menores volúmenes de esas materias primas en el mercado internacional en general y en el peruano en particular. De otra parte, y más peligrosamente a mediano plazo, ignoramos que lo mismo viene sucediendo —y cada vez más generalizadamente— en las economías primario-exportadoras emergentes y atrasadas del África y Latinoamérica, con lo que viene aumentando la oferta mundial de los productos que nosotros exportamos. De ambos procesos, caída de la demanda de los países desarrollados y aumento de la oferta de los subdesarrollados, procede la caída de los precios de nuestras principales exportaciones, especialmente de las mineras.
Adoptemos la producción mundial de cobre como ejemplo ilustrativo de esa evolución tan perjudicial para nosotros. Se observa que, en los cuatro años de lo que va de la presente década (2010-2013), esa producción aumentó en 11,2% (1’800.000 toneladas). La participación del Perú en ese total ha caído paulatinamente a un magro 7.3% del total, debido a que nuestra producción aumentó apenas en 50.000 toneladas. En cambio, en ese cuatrienio se dieron incrementos sustanciales en varios países avanzados y en muchos emergentes y subdesarrollados, parte de los cuales llevaron a una desaceleración de la demanda global, con el consiguiente desplome de los precios. Como tal, contra lo que se afirma a diario, no se trata de un fenómeno coyuntural y pasajero sino de uno que nos amenazará a lo largo de toda esta década.
Considerando únicamente los más importantes productores, tenemos lo siguiente: entre las economías “avanzadas” destacan los incrementos de la producción cuprífera de Rusia (32,3%), Canadá (20%), EE. UU. (9,9%) y Australia (13,8%) en 570.000 toneladas (31,7% del total del cuatrienio), casi la mitad de las cuales corresponden a Rusia Entre las “emergentes” y “subdesarrolladas” destacan Chile (4,2%, que amentó su producción de 380.000 toneladas), China (38,7%), Perú (4%), Congo (162,4%), Zambia (20,3%), México (84,6%) y Kazajistán (15,8%), que aumentaron la producción para el mercado mundial en más de dos terceras partes del incremento total.
Es este último proceso el que nos interesa resaltar aquí, porque se trata de una tendencia que ya nos viene afectando y que nos impactará para peor a mediano y largo plazo, a medida que más y más países emergentes o subdesarrollados de la ex-Unión Soviética, Este Asiático, África y Latinoamérica se vayan plegando a esta forma primario-exportadora de insertarse o ampliar su participación en la Nueva División Internacional del Trabajo.
Es fácil observar que algo similar al cobre viene sucediendo con la producción de petróleo, gas, oro y demás minerales que representan una parte sustancial de nuestra canastade exportaciones. Por lo que todas las proyecciones de corto y mediano plazo de los precios de nuestras principales exportaciones mineras tenderán a seguir cayendo a lo largo de esta década. En esas condiciones, aparte de Toromocho, veamos qué tanto avanzan durante el próximo bienio los proyectos cupríferos de Constancia, Tía María, las Bambas y las ampliaciones de Toquepala y Cerro Verde, en los que tantas esperanzas abriga el gobierno.
Una vez más, por tanto, la excesiva concentración de nuestro aparato productivo en la exportación primaria, a pesar de los auspiciosos primeros años de bonanza, se ha convertido en un callejón sin salida. Tratándose de materias primas estratégicas son cada vez más los proyectos que vienen surgiendo en otros países, lo que nos está conduciendo a lo que técnicamente se conoce como un proceso de “competencia de fondo de pozo”. Las empresas transnacionales siguen invadiendo aceleradamente todos los espacios “fáciles” del mundo para asegurarles los recursos requeridos a las economías desarrolladas y las economías subdesarrolladas se ofrecen —sin imponer mayores condiciones— para albergar esas inversiones extranjeras extractivas (especialmente cobre y petróleo).
Eso sucedía mientras nosotros nos dormíamos en nuestros laureles de hojas cobrizas y doradas durante veinte años, ilusionándonos en que el auge de los precios internacionales de nuestras materias primas nunca acabaría. El “piloto automático” —si bien equivocadamente direccionado— fue una clara muestra de esa expectativa. La que estaba aparentemente justificada por los borbotones (desaprovechados) de divisas e impuestos que venía generando a lo largo de estos últimos años de bonanza macroeconómica. Ahora, por tanto, que estamos cayendo en un pantano, queremos escapar pataleando desesperadamente, lo que no hará sino llevarnos al fondo del pozo por insistir en la gatoparda política de implementar “cambios para que nada cambie” y que, por tanto, no es sino un intento desesperado por asegurar el continuismo primario-exportador.
En esas circunstancias nuestros gobiernos (y más aún los de nuestros competidores) están implementando acrobacias cada vez más aventuradas para atraer o incrementar la inversión extranjera directa (IED). Para ese efecto vienen reduciendo paulatina y desesperadamente las condiciones y exigencias para que ingrese o se mantenga en el país la IED, a toda costa. Lo que nos llevará cada vez más al fondo del pantano, porque cuanto más pataleamos, más profundamente nos vamos hundiendo —acompañados por nuestros nuevos competidores— en el fondo del pozo. Resultado de medidas —”paquetes” los llaman ahora— que permitan aumentar nuestra “competitividad” espuria: liberalización del mercado de trabajo, reducción de las exigencias de las normas ambientales, burocracias cada vez más ágiles para otorgar concesiones, liberalización del mercado de trabajo, recortes selectivos de impuestos, ojos bizcos frente a la corrupción, contención de los aumentos del salario mínimo, suavización de toda regulación para bajar costos, etc. Es decir, cancha libre para el capital foráneo, especialmente si explotan o vienen a ocupar zonas minero-hidrocarburíferas.
Parece un juego inteligente, pero sus actores no se percatan de la creciente competencia de otros países primario-exportadores. Esa política que baja las vallas para la IED o instaura medidas para atraerla se aplicaba entre las dos grandes guerras mundiales entre los países altamente industrializados para ganarles los mercados internacionales a sus vecinos. Entonces devaluaban el tipo de cambio y aumentaban los aranceles, uno tras otro... en un círculo vicioso en el que todos terminaron perdiendo. Se trataba, como hoy de otra manera, del célebre “dilema del prisionero” de la teoría de juegos.
De ahí que, por decir lo menos, resulta muy ingenuo creer y esperanzarse en que la minería pueda sacarnos del pantanoso atolladero. Ahora se promulgan medidas económicas y administrativas que no son más que placebos para evitar la desaceleración y que paradójicamente nos llevarán al despeñadero.
Finalmente, parecería una luz al final del túnel la “Diversificación Productiva” propuesta por el ministro de la Producción. Desafortunadamente, con el reciente cambio de gabinete, no quedará sino en el papel por falta de tiempo y otros motivos, aun si recibe el respaldo político que requiere (y que no parece tener). Y es que el “modelo” está enraizado profundamente en el país. A saber: desde la Constitución de 1993, todas las organizaciones e instituciones (reglas de juego) del país han sido diseñadas durante 20 años como camisa de fuerza para sostener la primario-exportación; la propia dinámica productiva endógena de nuestra economía extractivista posee mecanismos de retroalimentación que dificultan cualquier cambio de timón; la ruta está condicionada por los inamovibles intereses de los nuevos dueños del Perú y sus aliados internos y foráneos; y, como es evidente, por la mentalidad cortoplacista (técnicamente: “descuento hiperbólico”) de los políticos de todas las tiendas, lo que no abona a su favor a falta de una visión de largo plazo. Por ello, muy a nuestro pesar, creemos que son muy pocas las probabilidades para que se cambie de rumbo. Pero, optimistas como somos, creemos en la posibilidad de que aparezca un “Cisne Negro” de los de Nassim Taleb, que ojalá no se convierta —indicios no faltan— en un gobierno altamente autoritario.
Hildebrandt en sus trece,Lima 25-07-2014
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